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Contemplaba las laderas de la montaña iluminada como por luces de bengala, y casi entre sueños oía a su lado el murmullo discreto del manantial y de la corriente que se precipitaba a refrescar los prados.

Sus facciones están demacradas, y son miserables sus escasas ropas. Entre sus descarnados y largos dedos, esponja y prepara una batea de gogo que servirá para refrescar y limpiar la cabeza del soberano de aquella casa. El soberano no es soberano, sino soberana. Es la casa de una rica y guapa mestiza.

Alabardas que no cortaban, prisiones de Estado donde se ponía a refrescar el vino. Jamás hambre, nunca guerra. He aquí cómo gobernaban a su pueblo los Papas del Condado. ¡Tal es la causa de que los eche tanto de menos el pueblo!

Es necesario que hagas matar algunos pollos para la comida y que pongas a refrescar el moselle. El primo Roberto ha llegado. ¡Ah! dije con mucha calma. ¿Dónde está? En el gabinete de tu padre conversando con él. ¿Y dónde está Marta? pregunté con una sonrisa. Ella me dirigió una mirada de censura como para reprocharme mi demasiada sagacidad; después dijo: Está con ellos.

Los objetos ofrecíanse indecisos y temblorosos, como si hubieran perdido sus contornos, y la luz se filtraba con trabajo por aquel cielo de algodón para sumirse luego en la tierra negra y húmeda. Respirábase en este ambiente espeso, que no hería apenas ruido alguno, cierta calma: pero una calma que oprimía en vez de refrescar el corazón. Volví los ojos hacia la ciudad.

Resolviéronse todos en que la empresa se hiciese, é que porque del estar allí nascía tanto daño, por la mortandad de la gente y la disminución de las vituallas, que con el primer tiempo, sin esperar las naves que faltaban, se partiese el armada; é que si el tiempo viniese contrario para poder ir á Trípol é bueno para volver á los Gelves, que por salir de allí se fuese á ellos, donde la gente podría desembarcar é refrescar é limpiar las naves, creyendo é teniendo por cierto que los moros de la isla eran amigos, porque en ella hay tres parcialidades: una amiga de turcos, y las dos enemigas; é porque éstas habían enviado á Sicilia á pedir ayuda para echarlos de la isla, y también porque sabíamos que el Dragut, después que tuvimos con él la escaramuza y entendió que íbamos á Trípol, se fué á meter en ella con todos sus turcos sin dejar ninguno en la isla, sino muy pocos en la guarnición del castillo, y que con el primer buen tiempo se embarcaría la gente é proseguiríamos nuestra jornada, y que asimismo recogeríamos allí las naves que faltaban y las vituallas que venían de Sicilia, y así con esta resolución y acuerdo pusieron todas las naves á pique para partir á donde el primer tiempo nos encaminase.

El secretario estaba en ascuas, y lo estuvo más cuando notó que los cuellos del solariego y su cara avinatada llamaban la atención de muchas personas. El mayorazgo, afortunadamente, no lo conocía, pues descansaba en la persuasión de que «en Madrid todo pasa». Al retirarse, al anochecer, y bajo una temperatura africana, don Silvestre se achicharraba, y quiso refrescar. Entraron en un café.

Juan Pablo no gustaba de iniciar ninguna corriente de emigración; pero las seguía casi siempre. En estas corrientes es fácil que se pierda alguno de la partida, o por rebelde a las mudanzas o porque las deudas le cautivan en el antiguo local y allí le hipotecan la asistencia, pero en cambio siempre se gana algún tertulio nuevo que viene a refrescar las ideas y las bromas.

A fin de refrescar un poco el interior, corrió Artegui las cortinillas todas ante los bajos vidrios, y una luz vaga y misteriosa, azulada, un sereno ambiente, formaban allí, algo de gruta submarina, añadiendo a la ilusión el ruido del tren, no muy distinto del mugir del Océano.

¿Ese sistema nuevo preguntó la marquesa que receta estimulantes para refrescar? No lo creáis, doctor, ni vayáis a dar esa clase de remedios al niño.