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Luego, afirmándose la corona de laurel sobre las melenas grises, subió al carruajito y dió una orden á su tiro, acariciándolo por última vez con la fusta. Vamos á la Universidad, á la casa del doctor Momaren. En el camino oyó la trompetería que anunciaba el paso del gigante, y se vió obligado á dar un largo rodeo por calles secundarias para no tropezarse con él.

Y escápense más adelante a casa de la mamá de Fulanita para celebrar conferencias largas, íntimas, trascendentales, y procuren enseguida tropezarse con el papá de Menganito y desplieguen todas sus dotes diplomáticas para explorarle el corazón. Y por premio de estos sudores recibían, al cabo, un cartuchito de dulces el día de la boda.

El coronel, que vivía muchos años en Monte-Carlo sin tropezarse con otros compatriotas que los que encontraba alrededor de las mesas de ruleta, había sentido un orgullo patriótico al conocer á este profesor, dos meses antes. ¡Un sabio!... ¡un famoso sabio! exclamaba al hablar de su nuevo amigo . Para que digan luego que todos los españoles somos brutos...

Y pasó gran parte de la corrida junto a la barrera, mirando desdeñosamente lo que hacían los compañeros, acusándolos en su pensamiento de haber preparado contra él las muestras de desagrado. Igualmente prorrumpía en maldiciones contra el toro y el pastor que lo crió. ¡Tan bien preparado que venía para hacer grandes cosas, y tropezarse con aquella bestia que no le había permitido lucirse!

Maquinalmente se aproximó al grupo de oficiales, y sus ojos volvieron á tropezarse con los de Martínez. Este vino hacia él con una sonrisa interrogante. Miguel comprendió que le había hecho un signo de llamamiento sin darse cuenta de ello, por un impulso de su voluntad, que parecía moverse completamente desligada de su razón. ¡Tanto peor!... ¡Adelante!

Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines, resuelto á no volver á Monte-Carlo. Sentía despecho al recordar la ternura con que Alicia había hablado de su protegido. Era mejor no tropezarse con él. Pero en la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que parecía abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel, todos estaban en el Casino.

A esta hora, pues, solían tropezarse algunos grupos resonantes que caminaban a toda prisa resguardados por los paraguas; las señoras rebujadas en sendos capuchones de lana, alzando las enaguas con la mano que les quedaba libre; los caballeros envueltos en sus pañosas o montecristos, los pantalones enérgicamente arremangados, rompiendo el silencio de la noche con el áspero traqueteo de las almadreñas.

Al día siguiente, después del almuerzo, se arrepintió, pero ya era tarde para encontrar al chófer que le había servido la tarde del duelo, y que don Marcos acababa de ascender al rango de «proveedor de Su Alteza». ¿Adónde ir, seguro de no tropezarse con las personas que ocupaban su recuerdo?... Cuando empezaba á caer la tarde se dirigió á las terrazas del Casino.

Llegaba hasta él un rumor creciente de muchedumbre. El gran patio del palacio debía estar ya repleto de invitados. Una música militar sonaba incesantemente. Escapó Flimnap por unos pasillos poco frecuentados, temiendo tropezarse con los periodistas, que iban á la zaga de él desde el día anterior pidiéndole noticias frescas.

Esta suposición le hacía sentir una cólera tan intensa, que hasta llegaba á dudar de su cordura el día en que volviera á tropezarse en cualquier puerto con marinos alemanes... ¿Y Ferragut, un hombre honrado, un capitán bueno, al que todos elogiaban, podía ayudar al trasplante de tales horrores en el Mediterráneo?...