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Las gentes se hablaban ávidas de recibir y comunicarse nuevas que justificaran la exaltación de los ánimos; los que no sabían leer, es decir, el mayor número, se reunían en corros a oír las relaciones que en cartas o periódicos se hacían del estado de España, que semejaba haber caído en poder de moros; comenzaron a pronunciarse con respeto nombres de cabecillas olvidados; y personas que jamás hicieron alarde de su opinión, manifestaron sin rebozo que, si en aquellos valles volvía a resonar el grito de Dios, Patria y Rey, contestarían a él con entusiasmo.

Todas las mamás ávidas de casar a su progenitura están a los pies del santo patriarca, y todas las solteras y solteronas en busca de un marido le hacen una corte asidua. Al salir de la Catedral quise darme el placer de parecer ignorar lo que la abuela podía tener que pedir tan largamente al bueno de San José. Muchas coqueterías te traes con San José le dije en cuanto salimos de la iglesia.

Se daba cuenta del alcance de esta caricia: un simple beso de gratitud, un arrebato de madre que expresa sus sentimientos con excesiva vehemencia. A pesar de esto, la turbación que le dominaba, cruel y voluptuosa á la vez, le impulsó á abrir los brazos para abarcar y apropiarse lo que tenía á su alcance... Pero sus manos ávidas se perdieron en el vacío.

Lloraba al recordar la Virgen de su tierra, pero cuando los compatriotas le incitaban a seguirles, sus lágrimas eran de desesperación. «¡Ay, no! ¿Y la familia?...» Y presentaba a la respetable compañera cobriza, con ojos de diablo y mejillas cubiertas de chafarrinones, y tras ella, la nidada de mesticillos, ágiles como gamos, con panzas ávidas de sepultar todo lo viviente.

En las ventanas y puertas del comedor pululaban en enjambre cabezas ávidas de curiosidad... Los chicos lloraban porque los grandes no les dejaban ver... Las mujeres empujaban y codeaban a la par de los hombres... Juanillo desplegó la servilleta con toda tranquilidad; estaba solamente un poco pálido.

Rebuscó en todos sus bolsillos hasta dejarlos limpios, distribuyendo a ciegas las piezas de plata entre las manos ávidas y en alto. Ya no hay más. ¡Se acabó el carbón!... ¡Dejadme, guasones!

La campana del santuario de Loyola había tocado ya el último toque de misa y el hermano portero luchaba a brazo partido, en la misma puerta, con una de esas beatas pegajosas, ávidas siempre de santa curiosidad, propaladoras incansables de nuevas místicas, que creen asegurar el triunfo de la Iglesia y la extirpación de las herejías propagando entre fieles e infieles que el padre A estornudó dos veces seguidas, o que al padre B se le descosió la borlita del solideo.

Cuando hablo en plural me refiero á mi esposa y yo. Nada mas curioso y pintoresco que la escena que se ofrece á la vista en el pueblo de Chamonix, desde las cuatro ó cinco de la mañana, cuando los centenares de viajeros que pueblan los hoteles y se renuevan sin cesar, como hormigas ávidas é inquietas, comienzan á emprender sus excursiones.

Estos bosques surgían como manchas de vida allí donde el encuentro de las corrientes superficiales hacía llover un maná de diminutos cadáveres. Las plantas retorcidas y calcáreas, duras como la piedra, no eran plantas: eran animales. Sus hojas, tentáculos inertes y traidores, se encogían de pronto. Sus flores, bocas ávidas, se inclinaban sobre la presa, sorbiéndola por sus ventosas glotonas.

Las mujeres se apresuraron a cumplir la orden, ávidas, sobre todo la hermana, de que el moribundo se reconciliase con Dios. Aunque hace ya mucho tiempo que no hemos hablado de asuntos religiosos dijo el padre Gil, sentándose al pie de la cama e inclinando su cabeza hacia el mayorazgo, presumo que sus ideas no habrán cambiado desde la última vez que hemos discutido.