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No fué poca la pena que sintieron Las damas, de se ver así privadas Del rebozo, por donde se estuvieron En sus casas algunas encerradas. Al fin de aquesta suerte obedecieron Las unas, mas las otras destapadas Salieron á las fiestas muy costosas, Pulidas, y galanas y hermosas.

Lo digo sin rebozo; seré un africano bravío, un hombre montaraz; pero casi, casi me va fastidiando este enorme bazar de sonrisas, de genuflexiones, de perdones, de gracias: esta exposicion universal de exageraciones y de bicocas. Pero no digo bien; me fastidiaba antes; ahora no.

En una palabra, era de esos que tienen cosas y salidas, a quienes se tolera cuanto les viene a los labios, porque en ellos no hay ofensa posible, pues su propia ligereza quita importancia y valor a cuanto dicen «Emilia, yo quiero ser el sucesor de Gabriel.» «Emilia, tenga Vd. paciencia.... pero hay que dejar pasar un año.» «Emilia, alguno ha de ser, y si él nos ve desde el otro mundo preferirá que sea yo.» «Emilia, un día va Vd. a tener que echarme de mala manera.» Y todo esto delante de sus amigas, sin rebozo, con inocente descaro, seguro de que poniéndose serio o dando la mejor señal de enojo había de caer sobre ella un ridículo espantoso. ¿Qué mujer discreta iba a contestarle en serio?

La perspectiva que ofrece lo porvenir, no es, en verdad, nada risueña; aquel mundo fabuloso lleno de belleza ha caído poco á poco en olvido, borrándose de la memoria del pueblo, y los esfuerzos que se hagan para infundirle aliento tendrán ó no favorable éxito, mientras es cierto que si alguna vez hemos de tener una literatura dramática original y rica; si alguna vez hemos de poseer un teatro, que no sirva sólo de entretenimiento y pasatiempo á los ociosos, sino que merezca el nombre de nacional, ha de lograrse merced á los esfuerzos de poetas, que, renunciando á toda imitación extranjera, sigan únicamente su particular inspiración, apropiándose sin rebozo el copioso caudal de nuestras tradiciones populares, é identificándose por completo con ellas, porque viven en la fantasía, en los corazones y en los labios del pueblo.

Las gentes se hablaban ávidas de recibir y comunicarse nuevas que justificaran la exaltación de los ánimos; los que no sabían leer, es decir, el mayor número, se reunían en corros a oír las relaciones que en cartas o periódicos se hacían del estado de España, que semejaba haber caído en poder de moros; comenzaron a pronunciarse con respeto nombres de cabecillas olvidados; y personas que jamás hicieron alarde de su opinión, manifestaron sin rebozo que, si en aquellos valles volvía a resonar el grito de Dios, Patria y Rey, contestarían a él con entusiasmo.

17 Reprime el suspirar, no hagas luto de mortuorios; ata tu turbante sobre ti, y pon tus zapatos en tus pies, y no te cubras con rebozo, ni comas pan de consuelo. 18 Y hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado.

Algo le contuvo también cierta ligera sonrisa burlona, que imaginó dos o tres veces ver pasar como un relámpago sobre el rostro de Rafaela, la cual harto bien sabía él que nunca había gustado de disimulos y rodeos, sino de prometer, conceder o negar, por estilo franco, sin el menor rebozo en la promesa. El Vizconde, además, no osaba pedir nada y nada pedía. ¿Con qué título, con qué motivo, había de pedir algo? ¿Era afecto renaciente, era liviano capricho, qué era lo que en aquel momento agitaba su corazón?

Yo tengo muy holgachón el criterio, y te absolveré de todo, sin que mi absolución te valga para nada. Pero si quieres confiarme algún hondo secreto como a tu mejor amigo, empieza, que te escucho. Lo que tengo que confiar a Vd. es una gravísima falta mía, y me da vergüenza... Pues no tengas vergüenza con tu padre y di sin rebozo.

La plática, iniciada con una frase lisonjera en elogio de su diligencia, se iba enredando poco a poco, sin saber cómo, y más de una vez la tía Pepilla vino a interrumpir nuestra charla. ¡Dulces instantes aquellos! Angelina, de pie cerca del pretil, envuelta en el rebozo, caídos los brazos con placentera indolencia, entre las manos la escoba perezosa.

Porque soy interesado y no quiero trabajar en balde. Muéstrame la cara y yo en pago te enseñaré mis mejores riquezas. La dama no se hizo mucho de rogar. Apartó el rebozo, y dejó ver el más bello y agraciado semblante que el mercader había podido ver o soñar en toda su vida.