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Vestía traje oscuro, cuyo chaquetón, muy abrochado, sólo dejaba ver el cuello de la camisa: la pechera desaparecía tras una corbata negra y ancha hecha dos nudos; toda su ropa era ordinaria, pero nueva; llevaba las botas blancuzcas por el poco betún o el mucho roze, y de uno de los bolsillos del chaquetón pendía la borlita de un gorrito de pana.

Tenía puesto un gorro negro de lana con borlita que le caía por delante al inclinar la cabeza, y se retiraba hacia atrás cuando la alzaba. Como estaban los dos solos, dábale bromas sobre aquello del comer poco y a menudo; pero él se apresuró a variar la conversación, llevándola al asunto de Maxi. «Una cosa muy seria, tía, pero que muy seria».

La campana del santuario de Loyola había tocado ya el último toque de misa y el hermano portero luchaba a brazo partido, en la misma puerta, con una de esas beatas pegajosas, ávidas siempre de santa curiosidad, propaladoras incansables de nuevas místicas, que creen asegurar el triunfo de la Iglesia y la extirpación de las herejías propagando entre fieles e infieles que el padre A estornudó dos veces seguidas, o que al padre B se le descosió la borlita del solideo.

Quitóse con grandes precauciones la perfumada peluca y calóse prontamente un gorro de dormir de forma piramidal, terminado en una borlita: un sencillo y majestuoso casque

El miedo no raciocina nunca, y el que sintió el tío Frasquito impidióle comprender que la borlita del gorro se había inflamado en la palmatoria al inclinarse para recoger en el suelo el malhadado libro... Perdió, pues, del todo la cabeza el pobre viejo, lanzóse al timbre eléctrico, corrió luego a la puerta pidiendo socorro, y aporreando después la de Jacobo, gritó de nuevo: Au secours!... Au secours!...