United States or Seychelles ? Vote for the TOP Country of the Week !


Lo decía en un tono que rebosaba de alegría, moviéndose delante del espejo y dando pataditas en el suelo. Después se puso a silbar La donna e móvile y se fue a la alcoba a buscar la camisa que ya tenía preparada sobre la cama. Pero la camisa no logró satisfacerle como el pantalón; la pechera hacía bomba y el cuello estaba poco descotado.

Esto no es París ni Londres; pero resulta suficientemente grande para que no se tropiecen nunca dos personas cuando una hace la vida de mujer abandonada, visitando más las iglesias que los teatros, y la otra se agita en el mundo de noche y vuelve a casa todos los días a la hora en que el frac arrugado y la pechera abombada se impregnan del polvo que levantan los barrenderos y del humo de las buñolerías.

Y además, por pasar el tiempo. Pero no podrá usted dejar de confesar que infundía respeto en su banco de encina, con sus guantes blancos y su pechera, el día de la fiesta de la parroquia de San Juan. Yo prefería verle en el puente, con un hacha en la mano y su bocina en la otra respondió el ex artillero-cirujano-calafate llenando su vaso.

Sus abuelos habían sido piratas en el Archipiélago, y él, viendo cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en su juventud. Spadoni, algo intimidado por la majestad del grande hombre, balbuceaba excusas con los ojos fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en el chaleco de seda gris que cubría su recio vientre.

Fuese como fuese, sucedió que Bonis empezó a despojarse de su terno inglés en el gabinete de su mujer; se quedó sin levita ni chaleco, luciendo los tirantes de seda y la pechera de la camisa blanca y tersa, con tres botones de coral; y en este prosaico, pero familiar atavío, se volvió sonriente hacia Emma, que lamía los labios secos, echaba chispas por los ojos, y seria y callada miraba el cuello robusto y de color de leche de su marido.

El padre la empujó bruscamente, y la chica vino a caer contra el primo, toda ruborizada, recibiendo un apretón en regla, amén de un frote de barbas que la obligó a ocultar el rostro en la pechera del marqués. Hechas así las amistades, entablaron el señor de la Lage y su sobrino la imprescindible conversación referente al viaje, sus causas, incidentes y peripecias.

El sol enviaba alegremente sus dorados rayos a través de las vidrieras de colores de la capilla, e iba a reflejar sus mil maticos sobre el banco pulimentado y negro de encina, cargado de pesadas esculturas, banco en el cual se sentaba Kernok en los días solemnes. ¡Ah! ¡y con qué dignidad tranquila y majestuosa ostentaba en él su pechera y su frac marrón! ¡con qué destreza ocultaba su chicote a la vista del cura! ¡con qué aire de compunción cerraba los ojos, fingiendo rezar y recogerse, cuando la plática del sacerdote le sumía en la más agradable somnolencia!

Algunos roncaban tirados en las banquetas; otros se alejaban titubeando, para volver poco después pálidos, con la pechera de la camisa manchada. De pronto se apagaron las luces y salimos empujándonos, entre un griterío de protesta. Se habló un poco de matar al mayordomo, pero había desaparecido. ¿Y se fueron ustedes a dormir? preguntó Ojeda.

Era un hombre de cara larga, calvo, barba entera, cuello muy alto, levita negra y un elegante moño de corbata. El adorno que tenía sobre la pechera de su camisa, era un tanto peculiar, pues parecía una pequeña cruz de alguna orden extranjera de caballería, y producía más bien un efecto delicado y novedoso.

Mal poeta era Cármenes, pero el rigodón lo conocía muy a fondo. Bien se lo envidiaba Ronzal. La de Páez y la del barón al pasar cerca una de otra se sonreían discretamente, como diciendo: ¡Vaya todo por Dios! o bien ¡qué par de cursis nos han tocado en suerte! Pero Ronzal, como si cantaran; pensaba en la pechera, en el cuello de la camisa, y en las colas de los vestidos.