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Carmen, con la voz vacilante y el semblante muy blanco, dijo: .... ¿Y es cierto que se llevó los cuartos? Dicen eso...; yo no lo .... Desconocía Rita la página amorosa de Carmen, rápida y casi secreta, y observando con inquietud la turbación de la joven continuó: Parece que andaba liado con Rosa la del Molino.... Se quedó callada la niña, mirando con mucha insistencia al ruedo de su vestido.

Para esto solo respondió Sagrario, sonriendo también , y para lo que de ello se cae por su propio peso. Lo suponía: un poco de comentario; pero como te quedaste tan callada... Pensaba yo que a ti te tocaba empezar.

Una poesía melancólica inspiraba a la naturaleza, y con la música callada, que sólo el espíritu acierta a oír, se diría que todo entonaba un himno al Creador. El lento son de las campanas, amortiguado y semi-perdido por la distancia, apenas turbaba el reposo de la tierra y convidaba a la oración sin distraer los sentidos con rumores.

Tenemos muchos hijos, y es un sacrificio el que nos imponemos manteniéndola, vistiéndola y calzándola, pero algo se ha de hacer por Dios, ¿verdad, D. Miguel? No es mala, no señor, y sabe cuánto debe agradecer a sus tíos lo que hacen por ella... Pero la pobre sirve para poco. Es callada, sufrida, no da ninguna mala contestación... ¿Qué edad tiene? Quince años; va para diez y seis.

Catalina Lefèvre, sola, seria y callada, pensaba en los pasados tiempos, mientras vigilaba con aspecto impasible las idas y venidas del pequeño mundo que la rodeaba. Aquella mujer tenía demasiada edad y era demasiado seria para olvidar en un día lo que le había tan vivamente conmovido.

Si el oído no escucha rumor alguno; si la vista no alcanza a calar el velo obscuro que cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, para tranquilizarse del todo, a las orejas del algún caballo que está inmediato al fogón para observar si están inmóviles y negligentemente inclinadas hacia atrás.

La niña con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz difusa que centelleaba en su cerebro. Nunca pedía perdón; no lo necesitaba. Salía del encierro pensativa, altanera, callada; seguía soñando; la dieta le daba nueva fuerza para ello.

Un afluente arroyuelo, que de la selva umbría desciende entre peñascos, la baña con amor; y un chorro le regaba por tosca cañería, que en la callada noche es canto y melodía y néctar cristalino del día en el calor.

Lo cierto es que pasaban los meses y la testamentaría no se acababa. De todos modos, no hay apuro decía Pablo Aquiles. Las explicaciones de Bernardino le satisfacían, pero a la callada y observadora Casilda se le antojaba que en una sucesión tan clara como el agua, no había para qué tanto ajetreo y que el enredador y el chicanero era el despierto albacea.

Entonces Isidora vio que la marquesa sacó unos lentes de oro, y aplicándolos a sus ojos, la miraba, la observaba detenidamente, callada, fría, como si examinara un objeto raro, pero no tan raro como para despertar admiración. Isidora creyó que la señora había estado mirándola siglo y medio, año más, año menos. Al fin, de aquella hermosa esfinge con lentes salió una palabra.