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Chisco, sin decir una palabra, ató el Canelo con un cordel que llevaba liado a la cintura, y mandó a Chorcos que hiciera otro tanto con la perruca, antojándoseme a que había leído en la actitud sobresaltada de aquellos nobles animales, la confirmación de los supuestos de Pito, al cual advirtió, con la amenaza de amarrarle a él también si no tomaba en serio la advertencia, que no hiciera cosa alguna sin que se la mandaran hacer.

...Otra vez me veo entre cristal y cristal, liado en mi capa, el sombrero gacho, sobre las rodillas la manta, la inevitable maleta de cartón al lado. El coche resbala sobre el asfalto; pasamos entre el vaivén mundano, al anochecer, de la Carrera de San Jerónimo. A lo largo del paseo de las Delicias brillan, en la foscura, acá y allá, vacilantes, trémulas, entre el ramaje seco, las luces del gas.

Sus manos algo bastas, sin duda a causa del trabajo, oprimían un lío de ropa seminueva, mal envuelta en un pañuelo rojo. Rojo era también el que ella en su cabeza llevaba, descuidadamente liado debajo de la barba a estilo de Madrid. ¿Con qué prenda se cubría? ¿Sotana, mantón, gabán de hombre?

Dispénseme usted, amigo D. Evaristo dijo Fortunata apareciendo en la puerta del gabinete, con bata de diario, un delantal muy grande y pañuelo liado a la cabeza . Estoy de limpia». Tras ella se veía una atmósfera polvorienta, turbia y luminosa; el sol entraba por el balcón, de par en par abierto.

Don José tenía la costumbre de acostarse una hora más tarde que su señora y niñas, y esa hora la empleaba en leer La Correspondencia, deleite sin el cual no podía pasar, y después de hacer cigarrillos de papel, valiéndose de un aparato conocido, cilindro de madera lleno de agujeritos, donde se introduce el papel liado, y se cargan y atascan después de picadura.

Y por todas partes flores, arbustos tiernos; en las estaciones acacias gigantescas que extienden sus ramas sobre la vía; los hombres con zaragüelles y pañuelo liado a la cabeza, resabio morisco; las mujeres frescas y graciosas, vestidas de indiana y peinadas con rosquillas de pelo sobre las sienes. «¿Y cuál es preguntó Jacinta deseosa de instruirse el árbol de las chufas?».

Puso entonces todo bajo llave, pero asimismo no le dejaban tranquilo: ya era Jacintito, que le pedía papel y lo borroneaba o pluma y la echaba a perder; ya el escribientillo que tenían, cagatinta con aires de ministro, de onda sobre la frente, que escribía a fuerza de raspador y de sandáraca, quien no sabía resistir ante la roja barra de lacre o el paquete de sobres, liado en su elegante cinturón de colores.

Todo se andará, Y escucha, prenda, que el bien y el mal nunca vienen solos. Lo que tiene gracia es que ese caballero está liado con una señora de alto copete, condesa creo que es, y para verse con seguridad han puesto un cuartito..., ¡vaya un gabinete!, donde tienen sus citas. ¿Y nosotros qué sacamos con eso? Ahora lo verás. Te digo que es un gabinete como una caja de dulces: ¡con un lujo!

El ofendido tan asombrado como furioso, y sus compañeros en cuyos rostros se pinta la estupefacción, suspenden el trabajo: aquel desnudo de medio cuerpo arriba, sin más vestimenta que un mandil de cuero, se queda parado con el martillo en la diestra y en la izquierda la tenaza que oprime la roja lamina de hierro que estaba golpeando: los cuatro mozos cuya desnudez sólo encubre un paño gris liado a la cintura, miran y escuchan al rubicundo Apolo con menos curiosidad que sorpresa.

Había de sacar la primera corona mural, túnica blanca, y en la mano la escuadra; la segunda era un mancebo de la época del Renacimiento, y llevaba como atributo una paleta; y la Escultura debía aparecer sobre un pedestal a modo de estatua, en la mayor desnudez posible, y sin más ropaje que un trozo de paño liado a las caderas.