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Me perecía por conversar con él; y como en estas intimidades se me deslizaban en la lengua algunos destellos de la luz en que se bañaban mis ideas en su escondrijo, el muy lagarto se sonreía a la callada, y con bien escaso esfuerzo de ingenio iba descubriéndome todo lo que yo no quería declarar.

Paseando un día en el Prado, melancólico, encontró dos damas, callada la una y envuelta en un velo, y esforzándose la otra en acercársele, en hablar con él y en averiguar la causa de su tristeza.

Había comprendido el chiste de la avena que se había de comer el otro y fingió creerse vencido. Señores dijo corriente, no se hable más de esto; yo pago la callada. Casi siempre pasaba él allí por el más ignorante, y el ver a Ronzal objeto de burla general, le puso muy contento.

Voy á concluir este dia con algunas curiosidades. Hemos ido á un gran establecimiento público, en que dan de comer por dos sueldos, ó sea por muy poco más de tres cuartos. La comida consiste en un trozo de pan y un plato de patatas guisadas con bastante curiosidad. Al ver allí, colocada en extensas filas, aquella numerosa y callada congregacion, acude á nuestra mente la idea de la sopa monacal.

Hubo un mal síntoma: el rey pasó ante Villamelón sin hablarle, haciéndole tan sólo un leve saludo; detúvose después un gran rato con el viejo duque de Algar y su nieto, y llegó al fin a Jacobo, que se hallaba de pie en pos de estos. Hubiérase podido escuchar en la antecámara el vuelo de una mosca, percibir el rumor de la huella más callada, del paso mismo de la muerte.

Incorporose para expresar con mímica más persuasiva un argumento que se le había ocurrido y que creía de gran fuerza: «Vamos a ver, señora. ¿A que la dejo callada ahora?, ¿a que, sabiendo usted tanto como sabe, no me devuelve esta?». ¿Qué? Esta razón. Vamos a ver.

Se sintió arriba crujir el tillado, y un pasito rápido y breve se oyó en la escalera. Salvador le dijo a la niña con acento de súplica y de mando: Te libertaré; vendré por ti muy pronto; espérame y ten ánimos.... Le estrechó las manos con afán, y ella callada y distraída, le presentó la frente.

Fuese como fuese, sucedió que Bonis empezó a despojarse de su terno inglés en el gabinete de su mujer; se quedó sin levita ni chaleco, luciendo los tirantes de seda y la pechera de la camisa blanca y tersa, con tres botones de coral; y en este prosaico, pero familiar atavío, se volvió sonriente hacia Emma, que lamía los labios secos, echaba chispas por los ojos, y seria y callada miraba el cuello robusto y de color de leche de su marido.

Ignorante de la ruta, sintió placer singular en entregarse a la ajena experiencia. Callada, se inclinó a la ventanilla y siguió la línea escabrosa de la sierra, que se recortaba en el cielo despejado. El tren andaba más despacio cada vez: estaban llegando a una estación. ¿Qué es esto? dijo volviéndose a su compañero. Miranda de Ebro contestó él lacónicamente.

Tirso, entonces, llegó hasta la butaca y abrazó a su padre, quien, cogiéndole la cabeza entre las manos y oprimiéndosela contra su pecho, permaneció unos instantes sin proferir palabra, presa de una emoción honda y callada. Hubo un momento de profundo silencio.