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Como las amarras eran de cables de cáñamo, no necesitaban mordazas ni estopores. Dábase vuelta á los cables en las bitas ó bitones y se aseguraban con bozas de piña. Para disparar las anclas no tenían mecanismo especial: servíanse de un cabo sencillo pasado por el argáneo y cuyo chicote se arriaba.

¡Quita d'ay!...; pataratas y na más que pataratas.... ¡Qué los tienen de pegar, tiña? ¡Pus no faltaba más! Eso era en un prencipio.... Yo no acancé ya el chicote; conque feúrate.... Además, el tu marido es hombre que sabe cumplir con su obligación, y lo pasará bien.... Lo que es á bordo, como no salga nostramo con malas entrañas, no hay cuidao.

Rosas, empero, resistía blandamente, mañosamente. «No es para hacer uso de ellas decía , sino porque, como dice mi secretario García Zúñiga, es preciso, como el maestro de escuela, estar con el chicote en la mano para que respeten la autoridadLa comparación ésta le había parecido irreprochable y la repetía sin cesar. Los ciudadanos, niños; el gobernador, el hombre, el maestro.

A la menor señal de insubordinación, el capataz enarbola su chicote de fierro y descarga sobre el insolente golpes que causan contusiones y heridas; y si la resistencia se prolonga, antes de apelar a las pistolas, cuyo auxilio por lo general desdeña, salta del caballo con el formidable cuchillo en mano y reivindica bien pronto su autoridad por la superior destreza con que sabe manejarlo.

¡Hala a bordo! contestó el marinero que tenía el socaire soltando el chicote. El cable cayó al mar, y comenzó a subir velozmente por el costado del buque. Este se encontraba al abrigo del malecón, pero no había marea bastante para atracar al antiguo muelle. El capitán dió una voz al piloto. ¡Fondo! El piloto dijo a los marineros que tenía a su lado: ¡Arría!

Aunque de observador humorístico, coinciden las noticias con las recogidas por el criado del Emperador, Juan de Vandenesse, en presencia de su augusto señor. Refiere que al anochecer llamaba el Contramaestre con el pito á toda la gente del navío, grandes y pequeños, y si alguno andaba remiso le avivaba con un chicote, de manera que corrían aquellos hombres como ratas.

En ella formaron círculo, y el capitán, después de escupir contra la cara del más inmediato, echó mano á Cafetera y así le habló: Ya sabes, nene, dónde se compra cuanto se apanda. Mucho ojo y mucha vela. En un apuro, cuenta con nosotros. Raquear, á barredera, y mejor el cobre que el chicote. Si ves que andan las chapas, al vuelo ... y aprieta á correr.

El contramaestre, hombre de unos cincuenta años, envuelto en un largo gabán oriental, se paseaba por el puente con un aire agitado, y la protuberancia que se notaba en su mejilla izquierda anunciaba, por su excesiva movilidad, que mordía su chicote con furor.

El sol enviaba alegremente sus dorados rayos a través de las vidrieras de colores de la capilla, e iba a reflejar sus mil maticos sobre el banco pulimentado y negro de encina, cargado de pesadas esculturas, banco en el cual se sentaba Kernok en los días solemnes. ¡Ah! ¡y con qué dignidad tranquila y majestuosa ostentaba en él su pechera y su frac marrón! ¡con qué destreza ocultaba su chicote a la vista del cura! ¡con qué aire de compunción cerraba los ojos, fingiendo rezar y recogerse, cuando la plática del sacerdote le sumía en la más agradable somnolencia!

Zaldumbide era avaro como pocos; tenía dos o tres maletas con aros de hierro y cofres de latón, que, según se decía, estaban llenos de preciosidades. Zaldumbide era vasco-francés, y me designó para formar parte de su guardia negra. Aquí me dijo el primer día , el que cumple vive bien. Ahora, el que no cumple puede encomendarse a San Chicote. Yo, al principio, no andaba apenas por el barco.