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Y se oyó, como una campanada: ¡Oro 345! Llegaron los diarios de la tarde y pasaron de mano en mano, arrebatados, en el furor de saber noticias. ¿Qué había de nuevo? Nada, los decretos de agua de borrajas del Gobierno, los paños calientes de siempre: la situación deshauciada, y sus médicos aturdidos, sin saber a qué santo encomendarse.

Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosas de Amadís, y enseñadme por dónde tengo de comenzar a imitaros. Mas ya que lo más que él hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero, ¿qué haré de rosario, que no le tengo?

Zaldumbide era avaro como pocos; tenía dos o tres maletas con aros de hierro y cofres de latón, que, según se decía, estaban llenos de preciosidades. Zaldumbide era vasco-francés, y me designó para formar parte de su guardia negra. Aquí me dijo el primer día , el que cumple vive bien. Ahora, el que no cumple puede encomendarse a San Chicote. Yo, al principio, no andaba apenas por el barco.

Porque si han tenido algo que ver con él en cosa de más cuenta; si le han ido á pedir socorro en las pataletas de la agonía pecuniaria, más les valiera encomendarse á Dios y dejarse morir.

No hubo en ello la menor culpa mía. Toda la culpa fue de la vieja Claudia, mi criada. Sin encomendarse más que a su propia codicia, y creyendo que podía disponer a su antojo de Teletusa y de , cuando menos lo recelábamos, cuando ni sabíamos que estuviesen en Cintra los señores Carvallo y Acevedo, los introdujo aquí a ambos furtivamente.

Un hombre que sirvió al Rey doce años; que durante cuarenta y cinco había picado miles de miles de toneladas de piedra en esas carreteras de Dios, y que siempre fue bien mirado y puntoso, nada tenía que hacer ya, más que encomendarse al sepulturero para que le pusiera mucha tierra, mucha tierra encima, y apisonara bien.

Azorado el pobre hombre y sin saber á qué santo encomendarse, dió algunos pasos por el zaguán, cuando se abrió de golpe la puerta interior y apareció el furibundo francés, cerrados los puños y las deformes facciones convulsas por la ira. ¡Todavía estáis ahí, perros ingleses! gritó. ¡Mi espada, venga mi espada!

Y no yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan acelerada obra. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama las gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que yo tengo para que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.

¿Aquello?... Aquello, señor, yo no qué sea, si no es la ira de Dios que pasa; aquello es la última; la de abrir la escotilla de las culpas y encomendarse á la Virgen Santísima; la de dejar la tierra para sinfinito y clamar por los suyos los que tienen en ella las alas del corazón. Bien; pero, ¿qué sucede allí en esos momentos terribles?

Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando, empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros. Otra vez me mandó que me precipitase y sumiese en la sima de Cabra, peligro inaudito y temeroso, y que le trujese particular relación de lo que en aquella escura profundidad se encierra.