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Moreno se cuidó de abrochar los botones de la levita de Pirovani que estaban sueltos. Luego le subió el cuello, para que no se viese el blanco de su camisa. Torrebianca examinó por su parte á Canterac. Estaba correctamente abrochado como un militar, pero su padrino le subió también el cuello de la levita.

Julián recordaba a su madre, tan modosa, siempre con los ojos bajos y la voz almibarada y suave, con su casabé abrochado hasta la nuez, sobre el cual, para mayor recato, caía liso, sin arrugas, un pañuelito de seda negra. ¡Qué mujeres! ¡Qué mujeres se encuentran por el mundo!

Es más viejo que los empleados de antes; no tiene el aire del steward abrochado hasta el mentón que acudía en tiempo de paz al sonido del timbre con un aire de gentleman venido á menos, de Ruy Blas que guarda su secreto. Más bien parece un obrero disfrazado con el uniforme de color castaña. Es robusto, cuadrado, con las manos rudas y el bigote canoso.

No; esos son oficinistas o propietarios. En una palabra, duermen despiertos. ¿Cómo hace aquel original para llevar hace diez años el mismo frac, abrochado siempre del mismo modo, los mismos guantes, el mismo pañuelo blanco al cuello con el mismo lazo, el mismo pantalón, la misma postura de sombrero?... ¿No se desnuda ese hombre? ¿No envejece? Ese es el judío errante. ¿De qué habla don Cosme?

Detrás salieron unos encapuchados, antiguos payeses que se habían cubierto con el capote de ceremonia, un jaique pardo de lana burda con amplias mangas y apretado capuchón. Las mangas las llevaban sueltas, pero el capuchón iba bien abrochado bajo la barba, mostrando por la abertura sus rostros tostados de piratas. Eran los parientes de un payés que había muerto una semana antes.

Eran un clérigo que parecía seglar y un seglar que parecía clérigo; mal afeitados los dos, peor el sacerdote, que mostraba el rostro lleno de púas negras ásperas; vestían ambos de paisano, pero como los curas de aldea; el alzacuello del clérigo era blanco y estaba manchado con vino tinto y sudor grasiento; el cuello de la camisa del otro parecía también un alzacuello; usaba corbatín negro abrochado en el cogote.

Los primeros que se dejaron ver fueron un oficial muy joven con un uniforme de marcha y un caballero no muy bien parecido con gabán abrochado y llevando en la mano bastón con borlas. Por detrás de ellos se veían los roses y los fusiles de algunos soldados.

Vestía traje oscuro, cuyo chaquetón, muy abrochado, sólo dejaba ver el cuello de la camisa: la pechera desaparecía tras una corbata negra y ancha hecha dos nudos; toda su ropa era ordinaria, pero nueva; llevaba las botas blancuzcas por el poco betún o el mucho roze, y de uno de los bolsillos del chaquetón pendía la borlita de un gorrito de pana.