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Las mamás o las tías y madrinas viejas, que se le acomodan desde su asiento a una masa sopada en vino Priorato, ven pasar con envidia a toda esa juventud oficial que desempeña cargos modestos, pero honrosos en la política argentina.

Algunas mamás barbudas hasta criticaban al gobierno porque no disponía que las tropas de la guarnición nadasen en otro lugar más solitario de la costa. Los grupos de hombres, pudorosos y tímidos, huyeron hacia la ciudad con tanto apresuramiento, que detrás de sus pasos temblaban como banderas fugitivas los extremos de velos y túnicas.

En aquel comienzo del verano no había más que gentecilla; matrimonios viejos y económicos y jóvenes mamás que aprovechaban de su libertad relativa para gozar de aquel delicioso mes de julio tan a propósito para las vacaciones con sus días interminables. Los niños, sin pensar en su próxima esclavitud, jugaban entusiasmados y se mojaban en los pequeños estanques que hacían con las manos.

Prohíben a las niñas que la saluden, cuando en los primeros días de navegación era la más agasajada por todas ellas... Pero las niñas fingen obedecer, y la buscan en secreto, lejos de las mamás. ¡El encanto de rozar lo prohibido! ¡La mágica atracción del pecado!... Por las tardes, mientras las señoras dormitan, suben ellas con Nélida a la última cubierta para que las enseñe a bailar el tango... pero el tango tal como se baila en los cafés nocturnos de Berlín.

Esta niña y otras del barrio, bien apañaditas por sus respectivas mamás, peinadas a estilo de maja, con peineta y flores en la cabeza, y sobre los hombros pañuelo de Manila de los que llaman de talle, se reunían en un portal de la calle de Postas para pedir el cuartito para la Cruz de Mayo, el 3 de dicho mes, repicando en una bandeja de plata, junto a una mesilla forrada de damasco rojo.

Yo me complacia en mirar, de paso, los graciosos grupos de chiquillos, vestidos con bastante aseo, rosados, rubios, ligeros, saltando como pajarillos al derredor de la diligencia, en las calles principales de Carolina y las demas poblaciones, ofreciéndonos á los viajeros flores y frutas; en tanto que las abuelas y mamás, sentadas á las puertas de sus casas, nos miraban con una curiosidad benévola, sin suspender por eso las labores de mano ó el movimiento del huso infatigable.

Ambas rubias y ambas vestidas con singular gracia y elegancia: en Madrid esto último no tiene nada de extraordinario porque las mamás, que han renunciado a ser coquetas para , lo continúan siendo en sus hijas y han convenido en hacerse una competencia poco favorable a los bolsillos de los papás.

Todas las mamás ávidas de casar a su progenitura están a los pies del santo patriarca, y todas las solteras y solteronas en busca de un marido le hacen una corte asidua. Al salir de la Catedral quise darme el placer de parecer ignorar lo que la abuela podía tener que pedir tan largamente al bueno de San José. Muchas coqueterías te traes con San José le dije en cuanto salimos de la iglesia.

Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha simbólica, queda a un lado la gigantesca Madona de la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces la salutación: «A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad. A ti, cuyas mamas de bronce alimentan un sinnúmero de almas y corazones.

Así, puede verse en el Mar Rojo, en el de las islas Malayas y las de Australia, arrastrarse, fijarse allí el raro coloso llamado dugongo, que domina el agua con su pecho y sus mamas.