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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Las habían recogido juntos, y al hacerlo sus manos trémulas y ávidas se encontraron entre el follaje. ¡Eh... dejar algunas! les gritaba inútilmente Ana. Amparo comía sin saber qué, por refrescarse la boca, donde notaba sequedad y amargor. Borrén miraba el grupo paternalmente, con ojos lánguidos de carnero a medio morir. La Tribuna pedía cuentas; Baltasar estaba por todo extremo obediente y cortés.
Los mayorales, que han pasado la mañana reunidos en grupos, liada al braza la tralla, fumando y escupiendo por el colmillo, mandan noramala a las desharrapadas mozuelas que, con el décimo de la lotería en la mano y la hez del idioma en los labios, van de uno en otro ávidas de piropos soeces; cada hombre se coloca en su puesto, y empieza a oírse el grito tentador: ¡Eh, arriba! ¡a la plaza!
Tirso continuaba dando gracias a Dios después de las comidas. Lo que más exasperaba a Pepe, era el abandono en que ambas tenían al padre, pareciéndole mentira que fuesen las mismas mujeres, antes solícitas en el cuidado hasta la exageración, siempre opuestas a todo lo que fuese salir, ahora despegadas y ávidas de callejear.
Sus hermanos tenían que seguir una carrera, sus hermanas se habían casado, gracias a la dote; todos y todas fijaban en él miradas ansiosas y ávidas como en el autor y el sostén de su dicha. ¡Los réditos! Tal era la palabra aterradora que en lo sucesivo resonaba a toda hora, amenazante, en sus oídos, y por la noche le hacía despertarse sobresaltado y llenaba sus sueños de visiones espantosas.
Oían esto las tres mujeres embobadas, mudas, fijos los ojos en la cara del ciego, entreabiertas las bocas. Al comienzo de la relación, no se hallaban dispuestas a creer, y acabaron creyendo, por estímulo de sus almas, ávidas de cosas gratas y placenteras, como compensación de la miseria bochornosa en que vivían.
Así es que en la Fábrica gozaban de detestable reputación, y eran tachadas de ávidas, tacañas y apegadas al dinero, y acusadas de cebarse en la ganancia abandonando su casa por un ochavo, al par que las de Marineda se jactaban de rumbosas, y se preciaban de mejores madres.
Entre sus escaparates acuáticos prefería el marcado con el número 15, dominio exclusivo de los pulpos. Un vago presentimiento le avisaba que en dicho lugar iba á desarrollarse algo importante para su vida. Siempre que Freya visitaba el Acuario, era con el deseo de ver comer á estas bestias repulsivas y ávidas. No había mas que permanecer ante su caverna de horrores.
El blanco centauro de las llanuras, con su poncho, su facón y sus grandes espuelas, resultaba tan peligroso como el jinete cobrizo de larga lanza. Manzanares había sido dependiente en un boliche aislado sirviendo vasos de caña a través de una fuerte reja que resguardaba el mostrador de las manos ávidas y los golpes de cuchillo de los parroquianos.
Volvióse mohino, con la boca amarga sin saber por qué, tan preocupado, que tropezaba en la acera con las bandadas de lindas muchachas, que se dirigían al teatro, ávidas de presenciar la función de gala. Echóse al medio de la calle, para caminar con más desembarazo. Cuando llegó a casa, Pampa dormía otra vez en el umbral de la puerta.
Como criaturas ávidas de aire y de luz para desarrollarse, lanzáronse al bosque las tres, animando con sus gritos e inocentes carcajadas el silencio y la paz que allí reinaba. ¡Virgen del Amparo lo que saltaron, lo que rieron, las diabluras que llevaron a cabo en poco tiempo aquellas loquillas!
Palabra del Dia
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