United States or French Polynesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Representaba un gran desquite histórico: los pueblos del Sur, las llamadas razas latinas, contestando después de muchos siglos á la invasión qué había destruído el poderío romano; los hombres mediterráneos esparciéndose vencedores por las tierras de los antiguos bárbaros. Habían barrido el pasado como una ola destructora, para retirarse inmediatamente.

Ante las cúpulas de Santa Sofía, á la vista de los aterrados vecinos de Constantinopla, todos estos mediterráneos de la cuenca occidental libraban la llamada batalla de Pera, carnicería marítima en el estrecho brazo de mar que tiene por orillas los dos continentes.

Esta agresión sin peligro parecía resucitar en su alma las almas indignadas de cien abuelos mediterráneos, tal vez piratas y crueles, pero que habían buscado al enemigo frente á frente, con el pecho desnudo, el hacha en la mano y el arpón de abordaje como únicos medios de pelea.

Faltaban algunos: el delfín, de nerviosa movilidad; el atún, impetuoso en su carrera. El capitán sonrió al pensar en la travesura de estos huéspedes ingobernables, cuya presencia había sido desdeñada. El voraz tiburón «cabeza de olla», lobo perseguidor de los rebaños mediterráneos, tampoco estaba allí.

Y el último personaje de esta estirpe de héroes mediterráneos que se perdía en los tiempos fabulosos era un marinero de Niza, simple y romántico, un guerrero de todos los mares y todos los continentes, llamado Garibaldi, tenor heroico que proyectaba sobre su siglo el reflejo de su camisa roja, repitiendo en la costa de Marsala la remota epopeya de los argonautas.

El marsellés tenía esa amargura y esa personalidad de los mediterráneos excesiva, aparatosa, unida al patriotismo petulante y exaltado de los franceses. Tiboulen no era un hombre violento y malo como Ugarte; estando solo era razonable, pero cuando tenía público se volvía loco.

A las invasiones del Norte había contestado el Sur con guerras defensivas que llegaban hasta el centro de Europa. Y así continuaría la Historia, con el mismo flujo y reflujo de oleadas humanas, peleando los hombres millares de años por dominar ó conservar la copa azul de Anfitrita. Los pueblos mediterráneos eran para Ferragut la aristocracia de la humanidad.

Y señaló á tres hombres de mar confundidos en la corriente de uniformes diversos y tipos de distintas razas que pasaba rozando las mesas del café. Los había reconocido por sus gorras de seda con visera, sus chaquetas azules y su obesidad grave de marineros mediterráneos que han conseguido cierto bienestar. Debían ser patrones de barca.

Con frecuencia comunicaba á Ferragut sus opiniones sobre los nuevos camaradas. ¡Por algo había dicho que se entendería con ellos!... Eran hombres serios y religiosos, y los prefería á los antiguos tripulantes mediterráneos, juradores é incapaces de resignación, que á la menor contrariedad sacaban á Dios al ruedo para afrentarlo con malas palabras.

Eran las fortificaciones de una guerra milenaria, de una pelea de diez siglos entre moros y cristianos por el dominio del mar azul; lucha de piratería, en la que los hombres mediterráneos diferenciados por la religión, pero idénticos en el alma habían prolongado hasta principios del siglo XIX las aventuras de la Odisea.