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Hace un momento ha llegado el señor Kisseler a darnos la bienvenida y nos ha hecho saber la grave enfermedad de un sabio, el señor Marignol, profesor del Colegio de Francia y del que Máximo es suplente. No quiero mal a ese señor, al que no conozco; pero es viejo, y si su salud lo obligase a jubilarse, se aseguraría el porvenir de Máximo y nos alegraríamos por él. Máximo a su hermano.

Llamando, pues, aparte al cacique, y á los principales, les dió á conocer la gravedad de su delito, y les ordenó enviasen á llamar á los Ziritucas y volviesen á entablar con ellos una buena amistad. Vinieron los Ziritucas, diéronle grandes quejas de los Zibacas, pidiendo les obligase á resarcirles los daños, y que les restituyesen las haciendas que les habían robado y tenían aún en su poder.

El joven me interesa, y si mi situación no me obligase a una gran reserva, tendría un gran placer en recibirle con mayor frecuencia; pero él mismo pórtase con gran discreción y no viene nunca aquí sino para hablar de negocios... Estoy encantada, señor inspector, de que haya sido usted bastante amable para aceptar mi invitación: esto me ha permitido invitar a Simón también.

El virrey, cuyo liberalismo en materia religiosa se adelantaba a su época, influyó, aunque sin éxito, para que se obligase a los frailes a hacer vida común y a reformar sus costumbres, que no eran ciertamente evangélicas. Lima encerraba entonces entre sus murallas la bicoca de mil trescientos frailes, y los monasterios de monjas de pigricia de setecientas mujeres.

Procurará hacerlo, no lo dudo contesté sonriéndome. Después, temeroso de que Miguel dijese algo que me obligase a mostrarme ofendido, empecé a felicitarlo por el marcial aspecto de su guardia y por la lealtad que me había demostrado el día de la coronación. Pasé después a hacer un caluroso elogio del pabellón de caza que había puesto a mi disposición.

Don Álvaro aprovechó la primera ocasión que tuvo para suplicar a Quintanar que obligase a su esposa a ver el Don Juan. Calle usted, hombre... vergüenza da decirlo... pero es la verdad.... Mi mujercita, por una de esas rarísimas casualidades que hay en la vida... ¡nunca ha visto ni leído el Tenorio!

Después de esta lamentación siguió hablando, en medio de un profundo silencio. Todos los ojos estaban fijos en él. Sus compatriotas esperaban un cuento divertido que les hiciera reir ó una historia interesante que les obligase á estirar el cuello con asombro y curiosidad, hasta la hora de acostarse.

Mas como a los españoles poco les basta para entretener y sufrir mucho trabajo, con aquella gota pasó como pudo hasta el fin de la comida, habiéndonos todos los pajes conjurado de no mirarle a la cara en cuanto comiese, porque no volviese con señas a pedirlo y nos obligase a darle; mas él supo mucho, que cuando satisfizo el estómago de viandas, y servían los postres, volvió a decir: "Con licencia de vuestra señoría voy a beber", y levantándose de la silla fuese al aparador, y en el vaso mayor que halló echó vino y agua lo que le pareció; y satisfecha la sed, quitándose la gorra y haciendo una reverencia, salió de la sala y se fué sin hablar otra palabra.

Bien hubiera querido don Paco, cuando Antoñuelo venía, rodear las cosas de suerte que le obligase a entretener a la madre, hablando o jugando al tute con ella; pero Antoñuelo aseguraba que no sabía jugar al tute y daba a entender que nada tenía que decir a Juana.

D. José Barreda, se dijo: Que aun no encuentra mérito para tratarse de hacer alteracion sobre este actual gobierno; pero que si obligase á ella la pluralidad de votos, se verifique por medio de dos ó mas adjuntos que el Exmo. Cabildo tenga á bien nombrar al actual Virey; sin perder de vista los inconvenientes de la falta de prévio acuerdo con los gobiernos interiores. Por el Sr.