United States or Pakistan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Un gran escritor popular que da á cuanto pone la mano un carácter de sencillez luminosa y sorprendente, Eugenio Noël, ha dicho: «Puede convertirse el Océano en fábrica inmensa de víveres, en laboratorio de subsistencias más productivo que la misma tierra; fertilizarlo todo, mares, ríos, riachuelos, estanques. ¿Más productivo que la tierra? ¿Cómo es esto?

Quizá no lo habrémos meditado bastante; tal vez no conocemos lo necesario este inmenso laboratorio, esta inmensa química; acaso serémos injustos y agresivos con esta sociedad que nos asombra, como podria asombrarnos una fantástica aparicion; suplicamos al pueblo francés que nos perdone; pero vamos á manifestar una idea, que hemos concebido más de una vez, que hemos concebido muchas veces, bajo la influencia de hechos análogos, lo cual prueba al menos que nuestra idea no es el resultado de una excepcion.

Pues bien; cambios parecidos á los que inventaron la imaginación de los pueblos en su infancia y la ficción de los poetas, no cesan de realizarse en el gran laboratorio de la naturaleza; sólo que se efectúan por un lento trabajo interior, por transición gradual de vida y de muerte entre todo lo que muere y lo que nace, y no por súbitos milagros.

Al fondo de la casa arregló su estudio y laboratorio el anciano médico, no como un hombre científico moderno lo consideraría tolerablemente completo, sino provisto de un aparato de destilar y de los adminículos necesarios para preparar drogas y sustancias químicas, de que el práctico alquimista sabía hacer buen uso.

Mientras su mujer le desnudaba, el pobre chico la sorprendió con estas palabras, que a ella le parecieron infernal inspiración de un cerebro dado a los demonios: «Veremos si esta noche sueño lo mismo que soñé anoche. ¿No te lo he contado? Verás. Pues soñé que estaba yo en el laboratorio, y que me entretenía en distribuir bromuro potásico en papeletas de un gramo... a ojo.

A las once de la mañana subió el antropólogo a su laboratorio, echó cuidadosamente el pestillo de la puerta y se dirigió al oscuro desván donde yacía su nieto. Había llegado el momento supremo. Desatolo, le quitó la mordaza y, después de reanimarlo con palabras y caricias, lo llevó a la pieza más clara de la guardilla y lo sentó sobre una mesa que tenía al objeto preparada.

No le fue posible volver hasta las altas horas de la noche. Tomó del comedor algunos comestibles, pan, leche, pastas y subió de nuevo cautelosamente a su laboratorio. Abrió la puerta de la trastera, desató al chico, y amenazándole de nuevo con el cuchillo si daba una voz le quitó la mordaza. Le mandó comer. La infeliz criatura, entumecida, fría, aniquilada por el miedo, no pudo hacerlo.

Estamos en la última zona de explotación, y hemos de atravesar algunas galerías y túneles, bajar escaleras, pasar trincheras, remontar taludes, descender el plano inclinado; en fin, recorrer todas las minas de Socartes desde un extremo, que es este, hasta el otro extremo, donde están los talleres, los hornos, las máquinas, el laboratorio y las oficinas.

Entretanto, en el patio de la granja pasaban y repasaban las criadas, con una luz en la mano, de la cocina al comedor, y cuando el músico cesaba de tocar para tomar aliento, escuchábase el crujir de la prensa que estrujaba los racimos. Hallamos al señor Domingo junto al lagar; en aquel singular laboratorio lleno de ruedas en movimiento.

Por lo tanto, continuaba manteniendo su trato familiar con el médico, recibiéndole diariamente en su estudio, ó visitándole en su laboratorio, y, por vía de recreo, prestando atención á los procedimientos por medio de los cuales se convertían las hierbas en drogas poderosas.