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Existía allí un horno célebre, que asaba por Navidades más de cuatrocientos pavos de distintos calibres. Las empanadas de perdices y de liebres no tenía rival; sus pasteles eran celebérrimos, y nada igualaba á los lechoncillos asados que salían de aquel gran laboratorio. Al por menor se vendían en la tienda: rosquillas, bizcochos, galletas de Inglaterra y mantecadas de Astorga.

Será muy frugal nuestro almuerzo, Horn. Yo tengo tres galletas. Y yo dos. ¿Y vos, Capitán? Mi pipa. Pues nosotros, ni eso dijeron Hans y el chino. Pues no moriremos de una indigestión, de seguro dijo el piloto, que no perdía su buen humor.

Entremeses, ostras, sopa de arroz, truchas con jamón, pollo asado, ensalada, guisantes con huevos, soplillo de chocolate, quesos y frutas, vinos, café y licores. Segundo. Entremeses, juliana con huevos, lenguados al plato, salmón, pecho de carnero asado, judías verdes, flan de leche, quesos, galletas y uvas, vinos, café y licores. Tercero.

GALLETAS CON MANTEQUILLA. Tómense setenta gramos de mantequilla y cuando está a medio deshacer se añaden ciento veinticinco gramos de azúcar, se trabaja y agrega medio kilo de harina. Se trabaja mucho, se mezclan cuatro huevos y se vuelve a trabajar hasta que la masa está fina; se extiende con el rollo y se cortan como se quiera, cociéndolas.

El anciano estaba herido de poca gravedad, y aunque una bala le había llevado el pie derecho, como este no era otra cosa que la extremidad de la pierna de palo, el cuerpo de Marcial sólo estaba con tal percance un poco más cojo. «Toma, Gabrielillo me dijo, llenándome el seno de galletas : barco sin lastre no navega». En seguida empinó una botella y bebió con delicia.

No pudo continuar el niño; una mano seca, pegada a un puño inmaculado, salió por entre las cortinas, y después un brazo largo, y luego un hombro puntiagudo, y más tarde un rostro encarnado, característico, original, británico, como la cerveza de Bass o las galletas de Huntley... ¡Mademoiselle! dijo Lilí asustada.

Doblaron una enorme pila de éstos, y encontráronse frente á frente de una gran caja de galletas de Huntley. Allí era donde vivía la familia de Ratón Pérez, bajo el pabellón de Carlos Prats, tan á sus anchas y con tanta holgura, como pudo vivir la rata legendaria de la fábula, en el queso de Holanda.

Aprovechando un momento de confusión, Lola se escurrió y volvió trayendo en la falda del vestido una mescolanza de naranjas, trozos de piñonate, almendras, bizcochos, pasas, galletas, relieves de la mesa amontonados a escape, que comenzó a distribuir con largueza y garbo. Doña Dolores saltó hecha una furia.

No se atrevieron, sin embargo, a encender fuego por no llamar la atención de los salvajes que pudiera haber en aquellos espesos bosques, y se contentaron con comer galletas y sardinas ahumadas, a las que agregaron varios durions, frutas exquisitas, grandes como la cabeza de un hombre y erizadas de espinas muy agudas por fuera, pero que encierran una pulpa blanca delicada y de sabor exquisito, superior al de la piña y el mango; pero que tiene un olorcillo a madera quemada que desagrada mucho a los no acostumbrados a él.

Cuando se vieron libres de él, Santa Cruz le echó mil pestes, y dijo que algún día había de tener ocasión de darle el par de galletas que se tenía ganadas. «Este danzante tuvo la culpa de que yo me pusiera aquella noche como me puse y de que te contara aquellos horrores...». Por aquí empezó a enredarse la conversación hasta recaer otra vez en el punto negro.