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Actualizado: 14 de julio de 2025
Entró en su casa tarde, cargada de compras, porque añadió a las indicadas arriba dos cucuruchos con orejones y galletas para obsequiar a D. José Relimpio. Con tanto paquete entre las manos se le ajaron las rosas.
D. Pantaleón le introdujo a la fuerza algunas galletas en la boca y le hizo beber unos tragos de leche. ¿Por qué me has atado, abuelito? articuló al fin el niño. Yo no hice nada. Llévame con mamá. D. Pantaleón le miró fijamente. Por sus ojos pasó un relámpago de razón. Le trajo hacia sí, abrazole tiernamente y le besó con efusión repetidas veces. El niño, animado, repitió: Llévame con mamá.
Los grandes pasteles y las frutas ricas que adornan el centro son alquiladas por una noche, lo mismo que sus domésticos. Todos lo saben, y nadie se atreve á tocar esas cosas apetecibles por miedo á su enfado. La gente se limita al té y las galletas, fingiéndose desganada. Cesaron en sus murmuraciones para aplaudir á la poetisa, y ésta, enardecida por el éxito, empezó á declamar nuevos versos.
No obstante, seguían tenaces en el bosque, disparando de cuando en cuando alguna que otra flecha. Al caer la tarde, los pobres sitiados experimentaban ya las torturas del hambre y sobre todo de la sed. Desde la mañana sólo habían comido aquellas galletas, y desde la noche anterior no bebían un solo trago de agua.
Maltrana le había hablado algunas veces del apetito insaciable de don José, de la prontitud con que acudía al comedor apenas sonaba la trompeta, de la profusión con que recolectaban sus manos emparedados y galletas en las bandejas a la hora del té, del entusiasmo con que elogiaba la abundancia nutritiva a bordo del Goethe.
Aquellos señores no podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo. Déjalos, tía decía a la pobre vieja.
Era el 10 de abril, día glorioso dos veces en los anales de la historia cubana, cuando se echaron al mar esos hombres magníficos; y el 11, a pocas millas de la costa, detiene el vapor que los conducía su marcha, bajan la escala, echan al agua uno de sus botes y en él se instalan los seis expedicionarios «con gran carga de parque y un saco con queso y galletas». Y a las seis horas de remar, bajo un cielo negro y tenebroso, arrullado por olas alborotadas, caen sigilosos sobre la costa de Cuba, llenos de una dicha superior al peligro que habían corrido y que habían de correr.
¿Y de dónde vamos a sacar los víveres?: yo no veo por aquí más que frutas, deliciosas, sí, pero poco nutritivas. Llevaremos con nosotros gran cantidad de galletas, mejores que las que nos han robado. ¿Has encontrado alguna panadería? preguntó Cornelio riendo. No; pero te aseguro que muy pronto tendremos todo el pan que nos dé la gana. ¿Es verdad, Horn?
Entremeses, tortilla con picadillo, merluza a la vinagreta, chuletas de primavera, solomillo de cerdo, tarta de manzanas, queso y galletas, vinos, café y licores. Sexto. Entremeses, huevos a la marinera, anguilas fritas, ternera con champiñons, sesos huecos, codornices con tomates, postres, vinos, café y licores. PARA COMIDAS. Primero.
Nos metimos en la despensa y llevamos a nuestra cámara provisiones para quince días, dos barriles de vino y de ron, embutidos, carne seca, galletas; luego entramos en el pañol del pan y lo dejamos casi vacío. Arraitz, que estaba de guardia, nos avisó que la gente comenzaba a ir y venir por la cubierta. Vamos ya dijo el teniente. ¿Cerramos la despensa? le pregunté yo. No. ¿Para qué?
Palabra del Dia
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