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Coloca a ese desdichado en una buena fonda... no, ¡qué disparate! en el Hospital... No tienes más que dirigirte a D. Romualdo... Dile de mi parte que yo le recomiendo... que lo mire como cosa mía... ¡ay, no lo que digo!... como cosa tuya, y tan tuya... En fin, hija, verás... Puede que os alberguen en la casa del Sr. de Cedrón, que debe ser muy grande... me has dicho que es un casetón enorme que parece un convento... Yo, bien lo sabes, como criatura imperfecta, no tengo la virtud en el grado heroico que se necesita para alternar con la pobretería sucia y apestosa... No, hija, no: es cuestión de estómago y de nervios... De asco me moriría, bien lo sabes. ¡Pues digo, con la miseria que traerás sobre ti!... Yo te quiero, Nina; pero ya conoces mi estómago... Veo una mota en la comida, y ya me revuelvo toda, y estoy mala tres días... Llévate tu ropa, si quieres mudarte... Juliana te dará lo que necesites... ¿Oyes lo que te digo? ¿Por qué callas?

No queriendo ser Obdulia inferior a su cuñada, ni aparecer en la casa con menos autoridad y mangoneo que la intrusa chulita, dijo a su madre que no podrían arreglarse decorosamente con una criada para todo, y pues Juliana impuso la cocinera, ella imponía la doncella... ¡así!

Reconociole Juliana, y secamente dijo: «Está más muerto que mi abuelo». Final Ejemplo de los admirables efectos de la voluntad humana en el gobierno de las grandes como de las pequeñas agrupaciones de seres, era Juliana, mujer sin principios, que apenas sabía leer y escribir, pero que había recibido de Naturaleza el don rarísimo de organizar la vida y regir las acciones de los demás.

No era mala persona Juliana; dominante, eso , ávida de mostrar las grandes dotes de gobierno que le había dado Dios, mujer que no soltaba a dos tirones la presa caída en sus manos. Pero no carecía de amor al prójimo, se compadecía de Benina, y habiéndole dicho esta que el moro la esperaba en la calle, quiso verle y juzgarle por sus propios ojos.

«Al niño no le he visto ni hoy ni ayer respondió Benina ; pero me ha dicho la Juliana que anda corriendo ahora como las mismas exhalaciones, porque, con esto del trancazo, le han salido muchos anunciantes de medicinas. Piensa ganar mucho dinero y echar él un periódico, todo de cosas de tienda, poniendo, un suponer, dónde venden este artículo o el otro artículo.

Comenzó el mal de Juliana por insomnios rebeldes: se levantaba todas las mañanas sin haber pegado los ojos; a los pocos días del insomnio empezó a perder el apetito, y, por fin, al no dormir se agregaron sobresaltos y angustiosos temores por las noches, y de día una melancolía negra, pesada, fúnebre.

Pero ya lo haría, señora, ya lo haría... y si Juliana quería encargarse de comisión tan fastidiosa como el desempeñar, mejor que mejor. Contestó la nueva cocinera que lo mismo servía ella para el caso que su prima, y acto continuo empezó a disponer la cena, que fue muy del gusto de Doña Paca y de Obdulia.

Pues bien: tome además este otro duro para que se acomode esta noche... Váyase mañana por casa, que allí encontrará su ropa... Señora Juliana, Dios se lo pague. En ninguna parte estará usted mejor que en la Misericordia, y si quiere, yo misma le hablaré a D. Romualdo, si a usted le da vergüenza.

Andaba Doña Paca lentamente, la vista fija en el suelo, abrumada, melancólica, como si la llevaran entre guardias civiles. La niña reía, charlando con Polidura. Detrás iba Juliana arreándolos a todos, y mandándoles que fueran de prisa por el camino que les marcaba.

En tanto, Juliana, conduciendo a la Nina hasta la puerta con suave opresión de su mano en la espalda de la mendiga, la despidió con estas afectuosas palabras: «No se apure, señá Benina, que nada ha de faltarle... Le perdono el duro que le presté la semana pasada, ¿no se acuerda? Señora Juliana, que me acuerdo. Gracias.