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El pueblo se conmueve hondamente cada vez que arriba cierto bergantín-goleta trayendo tabla de pino rojo del Norte para D. Romualdo, y acude todo a presenciar la descarga.

Ponte dio varias vueltas de peonza sobre un pie, y Doña Paca se levantó y volvió a caer en el sillón como unas diez veces, diciendo: «Que pase... Ahora sabremos... ¡Dios mío, D. Romualdo en casa!... A la salita, Celedonia, a la salita... Me echaré la falda negra... Y no me he peinado... ¡Con qué facha le recibo!... Que pase, niña... Mi falda negra».

Inventa unas cosas que luego salen verdad, o las verdades, antes de ser verdades, un suponer, han sido mentiras muy gordas... Con que ya lo sabe». Declaró la ribeteadora que se alegraba mucho de lo que oía referir; y que puesto que Don Romualdo la favorecía, Doña Paca y ella darían sus sobrantes de comida a otros menesterosos.

Pero nada ponía tanta confusión y barullo en su mente como la idea de las novedades que había de encontrar en la familia, según Antonio con vagas referencias le dijera al salir del Pardo. ¡Doña Paca, y él, y Obdulia eran ricos! ¿Cómo? Ello fue cosa súbita, traída de la noche a la mañana por D. Romualdo... ¡Vaya con Don Romualdo!

Me dice el corazón que está buena y sana, que volverá hoy... declaró Doña Paca con ardiente optimismo, viendo todas las cosas envueltas en rosado celaje . Por cierto que... Perdone usted, señor mío: hay tal confusión en mi pobre cabeza... Decía que... Al anunciarse el señor D. Romualdo en mi casa, yo creí, fijándome sólo en el nombre, que era usted el dignísimo sacerdote en cuya casa es asistenta mi Benina. ¿Me equivoco?

Nació y murió en Manila, Abril 1869 y Mayo 1901, respectivamente, cursó el bachillerato en escuelas privadas, y en centros oficiales de enseñanza dibujo y rudimentos de escultura. Se consagró luego a este arte en el taller de su padre, don Romualdo Teodoro, imaginero de nota. En sus vagares cultivó la poesía amatoria y la patriótica, siempre en castellano.

Siéntese usted aquí le dijo D. Romualdo, dando tan fuerte palmetazo en un viejo sillón de muelles, que de él se levantó espesa nube de polvo. Un momento después, habíase enterado el galán fiambre de su participación en la herencia del primo Rafael, quedándose en tal manera turulato, que hubo de beberse, para evitar un soponcio, toda el agua que dejara Doña Francisca.

Pues el milagro es una verdad, hija, y ya puedes comprender que nos lo ha hecho tu Don Romualdo, ese bendito, ese arcángel, que en su modestia no quiere confesar los beneficios que y yo le debemos... y niega sus méritos y virtudes... y dice que no tiene por sobrina a Doña Patros... y que no le han propuesto para Obispo... Pero es él, es él, porque no puede haber otro, no, no puede haberlo, que realice estas maravillas».

Dicho lo que antecede, se limpió las lágrimas con mano temblorosa, y pensó en tomar las resoluciones de orden práctico que las circunstancias exigían. «Dirnos, dirnos replicó Almudena cogiéndola del brazo. ¿A dónde? dijo Nina con aturdimiento . ¡Ah! lo primero a casa de D. Romualdo». Y al pronunciar este nombre se quedó un instante lela, enteramente idiota. «R'maldo mentira declaró el ciego.

Pues a pesar de tanta fama, la fuerza del tiempo, el desgaste de la admiración, habían echado sobre la celebridad de don Romualdo una capa espesa de indiferencia pública; bien conocía él que sus paisanos, sin poner un momento en duda su grandeza, se habían cansado de admirarle; sobrellevaba estas contrariedades ineludibles con una melancolía filosófica y taciturna; seguía tocando con el esmero de siempre, aunque ya en vano.