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Y como quisiese Frasquito salir a la puerta le detuvo ella con una observación muy en su punto: «No salga usted, Ponte, que podría ser uno de esos gansos de la tienda que vienen a darme un mal rato. Que abra la niña. Celedonia, corre a abrir, y entérate bien: si es alguno que nos trae noticias de Nina, que pase. Si es alguien de la tienda, le dices que no estoy».

Me parece que ... Algo dijeron de bajar a la estación, y de la maleta, y no qué. Pues, ya ves... Puedes llamar a Celedonia para que te lo explique mejor. Dijo que sentía tanto no encontrarme... que a la vuelta de Guadalajara vendría... Pero es raro que no te haya hablado de ese asunto de interés que tiene que tratar conmigo. ¿O es que lo sabes y quieres reservarme la sorpresa?

No, no: yo no nada del asunto ese... ¿Y está segura la Celedonia del nombre? Pregúntaselo... Dos o tres veces repitió: «Dile a tu señora que ha estado aquí D. Romualdo». Interrogada la chiquilla, confirmó todo lo expresado por Doña Paca.

En poco tiempo Joshé borró su apodo de Cracasch. La Celedonia Arizmendi había notado la transformación de Joshé y sabía la parte que en este cambio le correspondía a ella. Joshé veía que la muchacha le miraba con buenos ojos; pero era tan tímido que nunca se hubiera atrevido a decirle nada.

Se encerró en su casa y empezó a pensar en la Celedonia, la segunda hija de Arizmendi y en la voz suave y la eloquendi suavitatem con que le saludaba por las mañanas cuando le decía: Buenos días, Joshé. Cacochipi se convenció de que, como le había dicho Arizmendi, era un estúpido y de que además estaba enamorado.

Viejas paredes en ruinas, cubiertas de celedonia medio marchita, salían a derecha e izquierda de una confusión de escaramujos y de espinos: eran los restos del antiguo castillo, sobre cuyos escombros se había instalado la granja. De todo aquello se exhalaba como un soplo de muerte y de putrefacción.

Ahora me va a decir a el señor a dónde va, cuando sale. Pues es muy raro... Pero, en fin, si vino, a usted le diría... ¿A qué había de decirme, si no le he visto?... Déjame que te explique. A las diez bajó a hacerme compañía, como acostumbra, una de las chiquillas de la cordonera, la mayor, Celedonia, que es más lista que la pólvora.

Ponte dio varias vueltas de peonza sobre un pie, y Doña Paca se levantó y volvió a caer en el sillón como unas diez veces, diciendo: «Que pase... Ahora sabremos... ¡Dios mío, D. Romualdo en casa!... A la salita, Celedonia, a la salita... Me echaré la falda negra... Y no me he peinado... ¡Con qué facha le recibo!... Que pase, niña... Mi falda negra».

Yo dije a la chiquilla: «Abre, hija mía, y a quien quiera que sea le dices que no estoy». Desde el escándalo que me armó aquel tunante de la tienda, no me gusta recibir a nadie cuando no estás ... Abrió Celedonia... Yo sentía desde aquí una voz grave, como de persona principal, pero no pude entender nada... Luego me contó la niña que era un señor sacerdote... ¿Qué señas?

Es que D.ª Robustiana está llorando y dice que su marido no va á Langreo, sino á Bimenes en busca de una viuda que se llama Celedonia manifestó con graciosa entereza la chica. D. Félix abrió los ojos sorprendido y al instante brilló en ellos una sonrisa maliciosa. ¡Este Regalado! exclamó sacudiendo la cabeza con amable condescendencia.