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Por decir algo, expresó su agradecimiento al Sr. de Mayoral, que así nombraban al clérigo erudito, y añadió que ya había reconocido en el otro señor sacerdote al benéfico D. Romualdo. «Ya le he dicho también agregó Mayoral , que es usted criada de una señora que vive en la calle Imperial, y prometió informarse de su comportamiento antes de recomendarla...».

Notando en el ya parecerá de D. Romualdo una intención benévola y optimista, dio en creer que el buen señor, después que despachase el asunto principal, le hablaría del caso de la anciana, que sin duda no era de suma gravedad.

Con noble sinceridad, sin dejar de acariciar en su pensamiento la probable herencia, se asociaba al duelo de D. Romualdo por el generoso solterón rondeño. «En fin, señora mía: murió como católico ferviente, después de otorgar testamento... ¡Ay!...

Ellos son gente buena, y se hacen cargo... Bien se les conoce. Yo le pido al Señor que les premie el buen trato que te dan, y mi mayor alegría hoy sería saber que a D. Romualdo me le hacían obispo. Pues ya suena el run run de que van a proponerle; , señora, obispo de no qué punto, allá en las islas de Filipinas. ¿Tan lejos? No, eso no. Por acá tienen que dejarle para que haga mucho bien.

¿Es usted de Guadalajara o su provincia? , señora. ¿Tiene usted una sobrina llamada Doña Patros? No, señora. ¿Dice usted la misa en San Sebastián? No, señora: la digo en San Andrés. ¿Y tampoco es cierto que hace días le regalaron a usted un conejo de campo?... Podría ser... ja, ja... pero no recuerdo... Sea como fuere, Sr. D. Romualdo, usted me asegura que no conoce a mi Benina.

Me acordé... como tengo en mi cabeza todo el almanaque... de que hoy es San Romualdo, confesor y obispo de Farsalia... Cabal. Y son los días del señor sacerdote en cuya casa estás de asistenta.

A este pensamiento hubo de responder, por misteriosa concatenación, el de Ponte Delgado, que dijo: «¡Lástima que Nina, ese ángel, no esté presente!... Pero no debemos suponer que le haya pasado ningún accidente grave. ¿Verdad, Sr. D. Romualdo? Ello habrá sido...

Gracias a los cuidados de Doña Paca, asistida de las chicas de la cordonera, pronto se repuso Ponte de aquella nueva manifestación de su mal, y al anochecer, conversando con la dama rondeña, convinieron ambos en que D. Romualdo Cedrón era un ser efectivo, y la herencia una verdad incuestionable.

Pues debo esa bendita limosna a D. Romualdo Cedrón... le he conocido en San Andrés, donde dice la Misa... , señora: D. Romualdo, que es un santo, para que lo sepa... Y ya estoy segura, después de mucho cavilar, que no es el D. Romualdo que yo inventé, sino otro que se parece a él como se parecen dos gotas de agua.

Díjole además la portera que momentos antes había subido a la casa un señor sacerdote, alto, de buena presencia, el cual, cansado de llamar, se fue, dejando un recadito en la portería. «¡Ya!... Es D. Romualdo... Así dijo, , señora. Ya ha venido dos veces, y... ¿Pero se marcha otra vez a Guadalajara? De allá vino ayer tarde. Tiene que hablar con Doña Paca, y volverá cuando pueda».