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»Esto es todo lo que llevaba aprendido al volver a mi casa, cinco años después de haber salido de ella, sin contar la persuasión íntima de que, mientras no se invente cosa mejor que lo conocido, la educación menos peligrosa y más esmerada de una niña será aquella en que más se deje sentir la intervención amorosa de su madre, si, por su dicha, tiene madre, y madre buena.»
Quise entonces recoger como en un ramillete todo lo más precioso, ó lo que más precioso me parecía, de aquellas flores místicas y ascéticas, é inventé un personaje que las recogiera con fe y entusiasmo, juzgándome yo, por mí mismo, incapaz de tal cosa. Así brotó espontánea una novela, cuando yo distaba tanto de querer ser novelista.
Usted se pasmará de la serenidad que nota en mí. Todos se pasman, y no es para menos. Porque aquí donde usted me ve, he estado loco, loco perdido... Lo sé, lo sé... ¡Ay, qué dolor! Y he ido pasando por este y el otro grado. Primero tuve el delirio persecutorio, después el delirio de grandezas... Inventé religiones; me creí jefe de una secta que había de transformar el mundo.
Perdonen ustedes dijo el conde. No hay novela sin prólogo, y yo debo concluir el mío. Adelantándome a toda sospecha he de advertir en primer término que nunca inventé yo nada. Explicaré cómo ha venido a mis manos ese manuscrito. Hace año y medio fui nombrado albacea de un amigo mío, y al registrar y clasificar sus papeles me topé con unas Memorias.
Amenazado ha el arenque con su fecundidad terrible; otro tanto sucede con el bacalao, y el esturión amenaza todavía. Preciso es que la Naturaleza invente un supremo devorador, comedor admirable y productor pobre, de digestión inmensa y avaro de generación.
Pues debo esa bendita limosna a D. Romualdo Cedrón... le he conocido en San Andrés, donde dice la Misa... Sí, señora: D. Romualdo, que es un santo, para que lo sepa... Y ya estoy segura, después de mucho cavilar, que no es el D. Romualdo que yo inventé, sino otro que se parece a él como se parecen dos gotas de agua.
Luna sonreía silencioso, y animado el Vara de plata por este mutismo, que le parecía de conformidad, añadió con cierto orgullo: Esto de las papeletas lo inventé yo.... Es decir, realmente no fui yo el inventor, pero a mí se debe su establecimiento en esta casa. Tú has corrido mucho y habrás visto en esos países de extranjis que todo puede visitarse... pero pagando.
Una mañana, con los ojos hinchados por el insomnio, le entregó un papel á su secretario. Sandoval, dígame qué le parece. Cuando yo era muchacho y aún no había aprendido á leer, inventé muchos versos como éstos, mientras punteaba la guitarra. Usted pondrá lo que les falte: yo entiendo poco en eso de la ortografía. ¿Qué me dice de ellos?
Y en cambio, cuando es más débil la potencia reclamante, en vez de salir airosa, es desdeñada en su reclamación, y su súbdito ofendido se queda burlado en vez de lograr ser indemnizado. Cuando por cualquiera circunstancia se equilibran las fuerzas de las potencias reclamante y reclamada, suelen originarse hasta guerras, aunque para declararlas se busque ó se invente otro fundamento.
Me llamaron a comer, sentéme a la mesa y no comí, ni siquiera supe disimular bien las inquietudes que eran la causa de ello delante de mi tío que no me quitaba ojo; inventé para tranquilizarle una mentira sandia y mal zurcida, y al fin me levanté de la perezosa, dejando al pobre señor persuadido de que mi resignación estaba a punto de agotarse en presencia de aquel negro temporal.
Palabra del Dia
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