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Y por lo que pueda sobrevenir, cuéntale a D. Romualdo quién es D. Carlos, y hazle ver que sus devociones de última hora no son de recibo. En fin, yo que no has de dejarme mal, y ya me contarás mañana lo que saques de la visita, que será lo que el negro del sermón». Algo más hablaron. Benina procuraba extinguir y enfriar la conversación, evitando las réplicas y dando a estas tono conciliador.

Algunos, con ciertas precauciones por supuesto, porque D. Romualdo se disparaba fácilmente, le embromaban con ella. En cierta ocasión, pescando con caña detrás de la iglesia, sacó en el anzuelo un naipe que resultó ser el tres de bastos. No le cupo duda de que lo habían tirado allí con intención, pero no dijo palabra para que no se rieran.

Dijéronme D. Francisco y D. José María que hace días andaban buscándome para darme conocimiento de la herencia, y que preguntando aquí y acullá, al fin averiguaron las señas de esta casa... ¿por quién dirás? por el sacerdote D. Romualdo, propuesto ya para obispo, el cual les dijo también que yo había recogido al señor de Ponte... 'De modo me dijeron echándose a reír , que al venir a ofrecer a usted nuestros respetos, señora mía, matamos dos pájaros de un tiro'.

, , invención mía fue. El que ha llevado tantas riquezas a la señora será otro, algún D. Romualdo de pega... hechura del demonio... No, no, el de pega es el mío... No , no . Vámonos, Almudena. Pensemos en que estás malo, que necesitas pasar la noche bien abrigadito.

Ya sabe Dios lo que hace, y hasta podría suceder que lo que creemos un mal fuera un bien, y que el buen D. Romualdo, al marcharse, nos dejara bien recomendadas a un obispo de acá, o al propio Nuncio... Yo creo que . En fin, allá veremos».

Me parece que repuso la mendiga, sintiendo de nuevo una gran confusión o vértigo en su cabeza. Alto, bien plantado, hábitos de paño fino, ni viejo ni joven. ¿Y dice que se llama D. Romualdo? D. Romualdo, señora. ¿Será... por casualidad, uno que tiene una sobrinita nombrada Doña Patros? No cómo la llaman; pero sobrina tiene... y guapa. Pues verá usted mi perra suerte.

Al decir esto, sintió la Benina que se renovaba en su mente la extraña confusión y mezcolanza de lo real y lo imaginado. «Yo no si bizca o no bizca la sobrina... prosiguió la guardesa ; pero que el D. Romualdo es de tierra de Guadalajara. Es verdad... Y ahora se ha ido a su pueblo... Por cierto que le proponen para Obispo, y habrá ido a traer los papeles».

La lengua se le pegó al paladar, y miraba a D. Romualdo con aterrados ojos. «No es para que usted se asuste, señora. Al contrario: yo tengo la satisfacción de comunicar a Doña Francisca Juárez el término de sus sufrimientos.

Dígame si es usted el mío, mi D. Romualdo, u otro, que yo no de dónde puede haber salido, y dígame también qué demontres tiene que hablar con la señora, y si va a darle las quejas porque yo he tenido el atrevimiento de inventarle». Esto le habría dicho, si encontrádole hubiera; pero no hubo tal encuentro, ni tales palabras fueron pronunciadas.

Allí cambió, pues, el primer billete de la resma que le diera D. Romualdo Cedrón; después de hacerse presentar diferentes artículos, hizo provisión abundante de los que creía más necesarios, y pagando sin regateo, ordenó que le llevasen a la casa de Doña Francisca el voluminoso paquete de sus compras de droguería olorosa y colorante.