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Actualizado: 26 de julio de 2025


Creo... vamos, no puedo asegurar que me es desconocida, señora mía. Antójaseme que la he visto. ¡Oh! bien decía yo que... Sr. de Cedrón, ¡qué alegría me da! Tenga usted calma. Veamos: ¿esa Benina es una mujer vestida de negro, así como de sesenta años, con una verruga en la frente?... La misma, la misma, Sr. D. Romualdo: muy modosita, algo vivaracha, a pesar de su edad.

En su casa no encontró novedad; digo, : encontró una, que bien pudiera llamarse maravilloso suceso, obra del subterráneo genio Samdai. A poco de entrar, díjole Doña Paca con alborozo: «Pero, mujer, ¿no sabes...? Deseaba yo que vinieras para contártelo... ¿Qué, señora? Que ha estado aquí D. Romualdo. ¡D. Romualdo!... Me parece que usted sueña.

Corrió la chiquilla, y volvió desalada al instante diciendo: «Señora, D. Romualdo». Efecto de gran intensidad emocional, que casi era terrorífica.

Contra esto no había más recurso que figurar que D. Romualdo se había puesto muy malito, y salir de noche a velarle, yéndose a casa de Almudena... Pero la presencia de la Petra podría ser obstáculo: al peligro de que un testigo incrédulo imposibilitara la cosa, se añadía el inconveniente grave de que, en caso de éxito feliz, la borrachona quisiera apropiarse todos o una parte de los tesoros donados por el Rey... Por cierto que mejor que en piedras preciosas, sería que lo trajesen todo en moneda corriente, o en fajos de billetes de Banco, bien sujetos con una goma, como ella los había visto en las casas de cambio.

Es verdad... ¿Y si ahora, el D. Romualdo que acabamos de ver nos resultase un ser figurado, una creación de la hechicería o de las artes infernales... vamos, que se nos evaporara y convirtiera en humo, resultando todo una ilusión, una sombra, un desvarío?... ¡Señora, por la Virgen Santísima! ¿Y si no volviese más? ¡Si no volviese!... ¡Que no vuelve, que no nos entregará la... los...!».

Creo que . Es propio de las grandes almas caritativas esconderse, negar su propia personalidad, para de este modo huir del agradecimiento y de la publicidad de sus virtudes... Vamos a cuentas, Sr. D. Romualdo, y hágame el favor de no hacer misterio de sus grandes virtudes. ¿Es cierto que por la fama de estas le proponen para obispo? ¡A !... No ha llegado a noticia.

Ya estoy viendo que te pone en la mano un par de pesetas o un par de duros, creyendo que por este rasgo han de bajar los ángeles, tocando violines y guitarras, a ensalzar su caridad. Yo que , rechazaría la limosna. Mientras tengamos a nuestro D. Romualdo, podemos permitirnos un poquito de dignidad, Nina. No nos conviene.

Mas siéndole preciso sostener la comedia de su asistencia en la casa del eclesiástico, salió como todos los días, la cesta al brazo, dispuesta a no perder la mañana y hacer algo útil. Al salir le dijo su ama: «Me parece que tendremos que hacer un obsequio a nuestro D. Romualdo... Conviene demostrar que somos agradecidas y bien educadas.

A también me falta algo... No discurrir. ¿Nos habremos vuelto tontos o locos?... Lo que yo digo: ¿por qué nos niega D. Romualdo que su sobrina se llama Patros, que le proponen para Obispo, y que le regalaron un conejo? Lo del conejo no lo negó... dispense usted. Dijo que no se acordaba.

Pues ve diciendo; pero no engañes, no engañes, te digo. N'gañar no ti... ¿Podemos hacerlo ahora? No: hacirlo a las doce del noche. ¿Tiene que ser a esa hora? Siguro, siguro... ¿Y cómo salgo yo de casa a media noche?... Amos, déjame a de pamplinas. Verdad que podría decir, un suponer, que se ha puesto malo D. Romualdo y tengo que velarlo... Bueno: ¿qué hay que hacer? N'cesitas cosas mochas.

Palabra del Dia

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