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Actualizado: 26 de julio de 2025


En circunstancias muy críticas, no hay más remedio que perder la vergüenza... ¿No se te ocurre, como a , que tu D. Romualdo podría sacarnos del compromiso?». La criada no contestó. Preparando la comida de su ama, daba vueltas en su mente a las combinaciones más sutiles. Repetida la proposición por Doña Paca, pareció que Benina la encontraba razonable. «D. Romualdo... , .

Pues bien: tome además este otro duro para que se acomode esta noche... Váyase mañana por casa, que allí encontrará su ropa... Señora Juliana, Dios se lo pague. En ninguna parte estará usted mejor que en la Misericordia, y si quiere, yo misma le hablaré a D. Romualdo, si a usted le da vergüenza.

Allí estaba también el antiguo figle, don Romualdo, calvo, digno, de gran panza; en la catedral chirimía, en todo lo profano figle; casi una gloria provincial. Todo el pueblo, hasta los sordos, reconocía que era maravilloso lo que hacía con su extraño instrumento aquel hombre; le hacía llorar, reír, hasta casi casi toser.

Después se fue hacia Benina, y con todo miramiento le dijo: «Usted, Doña Benigna, bien podría dejarse de esta vida, que a su edad es tan penosa. No está bien que ande tras el moro como la soga tras el caldero. ¿Por qué no entra en la Misericordia? Ya se lo he dicho a D. Romualdo, y ha prometido interesarse...». Quedose atónita la buena mujer, y no supo qué contestar.

Miró también Ponte al clérigo, después a la señora, atormentado por ciertas dudas que inquietaron su conciencia. «Benina es un ángel se permitió decir tímidamente . Pida o no pida limosna, y esto yo no lo , es un ángel, palabra de honor. ¡Quite usted allá!... ¡Pedir mi Benina... y andar por esas calles con un ciego!... Moro, por más señas indicó D. Romualdo.

Pensé que la Benina, mi criada, mi amiga y compañera más bien, había sufrido algún grave accidente en su casa de usted, o al salir de ella, o en la calle, y... ¿Qué más?... Sin duda, señora Doña Francisca Juárez, hay en esto un error que yo debo desvanecer, diciendo a usted mi nombre: Romualdo Cedrón.

D. Romualdo no quiere decirme la verdad por no aumentar mi tribulación, yo se lo agradezco infinito... Pero vale más saber... ¿O es que quiere darme la noticia poquito a poco, para que me impresione menos?...

Señora mía dijo el sacerdote con impaciente franqueza, ávido de aclarar las cosas . Yo no le traigo a usted noticias buenas ni malas de la persona por quien llora, ni qué persona es esa, ni en qué se funda usted para creer que yo... Dispénseme, Sr. D. Romualdo.

D. Romualdo vivía sólo. Un hijo que tenía empleado en Málaga se le había muerto hacía cuatro años. Disfrutaba una pequeña renta, suficiente a subvenir a sus cortas necesidades, y no tenía otra ocupación que pescar con caña, ni otro recreo que el de jugar al tresillo. La vida se partía para Consejero entre los anzuelos y los naipes.

Poco más dijo, y Benina llegó al mayor grado de confusión y vértigo de su mente, pues el sacerdote alto y guapetón que poco antes viera, concordaba con el que ella, a fuerza de mencionarlo y describirlo en un mentir sistemático, tenía fijo en su caletre. Ganas sintió de correr por la Cava Baja, a ver si le encontraba, para decirle: «Sr. D. Romualdo, perdóneme si le he inventado.

Palabra del Dia

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