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Al pasar por la alcaidía, el alcaide les salió al encuentro respetuosamente y gorra en mano. En la otra mano tenía una daga y una espada, sencillas pero hermosas y fuertemente bruñidas las empuñaduras de acero. El señor alcalde de casa y corte, Ruy Pérez Sarmiento, acaba de enviarme para vuesa merced, estas armas, que le ocupó cuando le prendió dijo el alcaide.

Tenía la librea de palacio, y por su edad, que era ya madura, y por su aspecto y por un no qué característico, se conocía que era uno de los jefes de la baja servidumbre. En efecto, Ruy Soto era portero de una de las subidas de servicio del alcázar, que se comunicaban de una parte con el cuarto del rey, y de otra con las galerías superiores ocupadas por la servidumbre.

La fundaron Ruy Gonzalez Mesia, comendador de Segura en la órden de Santiago, y su mujer D.ª Leonor Carrillo por los años de 1384, arrimada al muro de poniente, ocupando los dos tramos cuarto y quinto de la primera nave principal.

¡Ah, es ella! dijo don Juan pensando en doña Clara y sin acordarse, ni remotamente, como hasta entonces no se había acordado, de Dorotea. Trae una orden terminante para que se la permita hablaros á solas, del señor alcalde de casa corte, Ruy Pérez Sarmiento, de quien pende vuestro proceso. ¡Oh, pues que entre! ¡que entre! exclamó con afán el joven.

Ruy Velázquez realiza su deseo, entrega con astucia á Gonzalo Bustos al califa de Córdoba, y atrae á los siete infantes al campo de Almenara, en donde mueren á manos de los moros, con su ayo Nuño Salido. Enamórase mientras tanto de Gonzalo la bella Zaida, hermana del califa, y nace Mudarra de estos amores.

El Virey de Nueva España D. Antonio de Mendoza, cumpliendo las órdenes de la Corte, dispuso una escuadrilla de tres buques al mando de Ruy López Villalobos, que salió del puerto de Juan Gallego, en las costas del Pacífico, el día 1.° de Noviembre de 1542, en dirección á las islas del poniente, con orden expresa de no tocar en las Molucas.

Tiburcio respondía a esto que él también recordaba lo que decía Morsamor, pero que recordaba asimismo que Ruy Falero había perdido el juicio y, que habían tenido que encerrarle en una casa de locos.

En uno de los mas suntuosos edificios de la Almedina, no lejos de los reales alcázares, gime encarcelado el buen señor de Salas, víctima de una infame traicion urdida por su cuñado Rodrigo ó Ruy Velazquez, el cual con una falsa carta de albricias le mandó á la corte de Hixem para que fuese degollado, mientras sus siete hijos perecian en la celada que tambien les tenia dispuesta.

Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes.

-No entiendo ese latín -respondió don Quijote-, mas yo bien que no puse las manos, sino este lanzón; cuanto más, que yo no pensé que ofendía a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y, cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid Ruy Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de Su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero.