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Sólo se acuerda de para enviarme una limosna, ¡como si el corazón comiera y le contentase el dinero! Yo no tomo un cuarto de ellos: primero morir; prefiero molestar a los amigos. Ahora que era oído el viejo. Los que le rodeaban sentían hambrienta curiosidad ante una historia que tan de cerca tocaba a dos celebridades artísticas.

LEONIE. A pesar de mi profesión, yo, hijo mío, soy una buena muchacha... ¡Es que no tienes confianza con tu madrina...! Yo pensé: «¡Si me descubro, no me escribirá con tanta franqueza...!» Además, hubiera usted dejado de enviarme las golosinas y los obsequios, que yo repartía entre mis compañeros. ¡Fuí muy culpable y ahora sufro el castigo de mi disimulo...! CIRILO. ¡Soy cura...!

Y lo que de esta insinuación me ha de dar V. md. en agradecimientos, démelo en puntualidades, que me serán la verdadera satisfacción; y en el ínterin que se logra, hágame V. md. el gusto de enviarme, también con las comedias, una memoria aparte de los títulos de todos sus autos, y trate V. md. de no negárseme á uno ni á otro, engañando su modestia con su atención.

Faltaba algún tiempo para la llegada del tren y nos dirigimos por una pradera al cercano arroyuelo. Me prometieron enviarme noticias y me colmaron de atenciones y elogios; aun el viejo Sarto estaba afectado y Tarlein profundamente conmovido.

D. José Delavat, siendo Ministro de España en el Japón, tuvo la buena idea de enviarme de allí, por el correo, un lindo y curioso presente. Consiste en doce tomitos, impresos en un papel tan raro, que más parece tela que papel, y con multitud de preciosas pinturas intercaladas en el texto. Lo pintado es mucho más que lo escrito, y está pintado con grande originalidad y gracia.

Pronto volvió al suyo dicho señor, escribió un libro sobre España, le imprimió en Chicago, exornándole con bor nitas estampas, y tuvo la bondad de enviarme un ejemplar, que recibí hace pocos días. Confieso que el título del libro me desagradó bastante. Ya en el título hay una ofensa.

En hora buena dijo el gitano ; hablemos un poco, porque eres , mi buen amigo, el que vas a enviarme a la eternidad. ¡Hermosa profesión la tuya! haces lo que Dios no podría hacer: a una hora fija, en un punto dado, apagas una vida como se sopla una vela. Lo cierto es, hermano, que esto no dura mucho más respondió el verdugo sonriendo.

Bien, bien dijo el cocinero mayor rindiéndose á discreción ; mi sobrino no vendrá aquí, le buscaré una posada... esto me costará el dinero... Dinero os hubiera costado, padre, el tenerme en el convento dijo Inés. Dinero te hubiera costado, Francisco mío, el enviarme á Asturias y el mantenerme allí dijo Luisa. A estas palabras, dictadas por una lógica rigurosa, no había nada que contestar.

Yo le doy a leer los libros de mis amigos, y luego le pregunto qué es lo que opinamos de ellos. La Rosario tiene un criterio literario en el que la crítica no ha ejercido aún su perniciosa influencia: un criterio sano y honrado. Algunos autores, al enviarme sus obras, lo hacen dedicándoselas ya a la Rosario, y no falta quien le prodigue adjetivos laudatorios para congraciarse con ella.

Cuando fui a visitarte a Corbeil, ya conocía tu historia. ¡De modo que usted...! ¿Así usted tenía su idea al enviarme aquí? Seguramente. Si no hubiese habido nada que hacer, yo hubiera buscado a un hombre honrado. Gracias a Dios, no faltan. ¡Hasta hay demasiados! ¿Y era por eso por lo que me ofrecían 1.200 francos de renta? ¡Figúrate! Sospecho que fue usted la que me escribió aquel anónimo.