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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Al otro con su hija le casára; Ruy Diaz nunca fué de tal consejo, Y así con los leales se ha huido, Andando por los bosqués escondido. Había Diego de Abreu tomado La mano en señalarse con cuadrilla, Contradiciendo á Irala por alzado.
Lope de Vega dice en la dedicatoria de su comedia Muertos vivos, á Damián Salustrio del Poyo: «Lo que la antigüedad llamaba llevar vasos á Samo, esto es, dirigir á V. M. una comedia, habiendo las muchas que ha escrito adquirido tanto nombre, particularmente La próspera y adversa fortuna del condestable Don Ruy López de Avalo, que ni antes tuvieron ejemplo, ni después imitación.»
Pero el rey D. Enrique III sin curarse de ello, queriendo hacer merced á Ruy Mendez y á Alfon Mendez de Sotomayor, sus vasallos, les habia dado las tiendas que tenia la corona en Córdoba, algunas de las cuales, decia la donacion, son en la alcaicería de la dicha cibdat e otras son en el corral de la alfondiga.
-Y ¿cómo se llamaba ese capitán, señor mío? -preguntó el oidor. -Llamábase -respondió el cura- Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un lugar de las montañas de León, el cual me contó un caso que a su padre con sus hermanos le había sucedido, que, a no contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego.
Es más viejo que los empleados de antes; no tiene el aire del steward abrochado hasta el mentón que acudía en tiempo de paz al sonido del timbre con un aire de gentleman venido á menos, de Ruy Blas que guarda su secreto. Más bien parece un obrero disfrazado con el uniforme de color castaña. Es robusto, cuadrado, con las manos rudas y el bigote canoso.
En los tiempos modernos, M. Mignet condensa y acaba su juicio de esta guisa: «Antonio Pérez, sin llegar á la talla de los grandes Ministros de Felipe II; del imperioso Cardenal Espinosa, del diestro Ruy Gómez, del altanero Duque de Alba ó del discreto Granvela, poseyó un tiempo el favor del Rey, figurando como personaje el más influyente de la Monarquía española.
Fréitas dijo entonces: Será cierta la locura de Ruy Falero, mas yo os aseguro que el camarada que iba con él, y a quien conozco y trato desde hace años, tiene tan bien sentado el juicio que es muy difícil que le pierda, y es tan tenaz en sus propósitos y tan brioso y capaz de realizarlos, que no me pasmaría yo de que lo consiguiera.
Arrancaba, sin embargo, de una María de La Cerda y exornaban su árbol genealógico Juan Mercado, primer caballero de Milán, Tomás de San Vicente, llamado el Valeroso, y, sobre todo, Ruy López de Avalos, condestable de Castilla.
Recordaba que, hacía ya tres o cuatro años, dos portugueses, uno de los cuales se llamaba Ruy Falero, habían ido a ofrecerse al soberano de España para ir a la India, navegando hacia Occidente, salvando el mundo de Colón y surcando juego el ancho mar descubierto por Balboa. ¿Llevaría la nave Victoria por capitán al mencionado Ruy Falero?
Una vez allí, salió, despidió la silla de manos, y llamó á una puerta. Al primer llamamiento nadie contestó. Al segundo se sintió cerrar silenciosamente una ventana, luego pasos dentro, y al fin se oyó una voz tras la puerta, que dijo: ¿Quién llama por aquí á estas horas? Muy temprano os recogéis, señor Ruy Soto dijo el padre Aliaga.
Palabra del Dia
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