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Los mediquillos de veintiún años salen á tomar el pulso á la vida, con gran regocijo de la muerte. ¡Oh! mes prolífico entre todos los meses; mes de los frutos, de las flores, de las colmenas, de los mosquitos, de los exámenes; principal delegado del Criador, porque todo lo crías, hasta los licenciados, falanje infinita de donde sale el bullidor enjambre de los políticos, semillero de pretendientes, de empleados, cesantes y agitadores.

El los vio quemar, los vio mirar con desprecio desde la hoguera a sus verdugos; y ya nunca se puso más que el jubón negro ni cargó caña de oro, como los otros licenciados ricos y regordetes, sino que se fue a consolar a los indios por el monte, sin más ayuda que su bastón de rama de árbol. Al monte se habían ido, a defenderse, cuantos indios de honor quedaban en la Española.

No he visto ni uno solo, pero tengo sus expedientes entre mis papeles; conozco su pasado, su presente, su profesión, su residencia y podría enumerarlos a todos por sus nombres, apellidos, nombres falsos y apodos. César, señora, mejor que un gran capitán, fue el primer jefe administrativo de su época. ¿Y había licenciados de presidio en la república romana?

¡Dios mío! señora dijo el jefe de negociado , si es una simple definición lo que usted pide, no tardaré en estar en la cama. Los licenciados de presidio son aquellos que ya han cumplido su condena. Permítame usted que le bese la manó y me despida. ¡Cómo! ¿Eso es todo? Absolutamente. Y tenga usted en cuenta que yo soy, en Francia, el hombre que mejor conoce a esas gentes.

«Puede usted disponer de toda la ropa blanca murmuró . Mande usted por ella mañana. No quiero nada replicó Isidora, bebiéndose sus lágrimas de fuego, pálida, trémula. Y andando hacia la puerta tuvo una inspiración de drama; se volvió a él, le echó rodadas de desprecio por los ojos y le dijo: «Soy la vengadora de los licenciados de Cuba». Botín se sonreía como un demonio que ha ganado un alma.

Lo mejor y lo peor de Vetusta estaba allí amontonado; las chalequeras, los armeros, la flor y nata del paseo del Boulevard, aquel gran mundo del andrajo, con sus hedores de miseria, se codeaba insolente y vocinglero con la Vetusta elegante del Espolón y de los bailes del Casino: y para colmo del escándalo, según don Pompeyo, so capa de celebrar una fiesta religiosa la juventud dorada del clero vetustense, todos aquellos «licenciados de seminario» como él los llamaba con pésima intención, «¡paseaban también por allí, apretados, prensados, con sus manteos y todo, en aquel embutido de carne lasciva, a obscuras, casi sin aire que respirar, sin más recreo que el poco honesto de sentir el roce de la especie, el instinto del rebaño, mejor, de la piara!». Y separando los ojos «de aquella podredumbre en fermento, de aquella gusanera inconsciente», volviolos Guimarán a lo alto, y miró a la torre que con un punto de luz roja señalaba al cielo.... «¡Aquí no hay nada cristiano, pensó, más que ese montón de piedras!».

Salía yo de Bailén con un cesto de víveres para unos jefes de artillería, cuando tropecé con Santorcaz, que volvía seguido de algunos voluntarios de Utrera y licenciados de Málaga. ¡Oh, Sr. de Santorcaz! exclamé con la mayor sorpresa . ¿Está usted vivo? Yo le hacía en el otro barrio.

Formaba grupo con varios trabajadores de igual aspecto que él, y este grupo iba unido á otros y otros que eran como una representación de todas las clases sociales: burgueses bien vestidos, señoritos finos y anémicos, licenciados de raído chaqué, faz pálida y gruesos lentes, curas jóvenes que sonreían con cierta malicia, como si se comprometiesen en una calaverada.

Al atravesarla sentí el ruido que cerca producía la citada reyerta entre los licenciados y los suizos; oíase lejana algazara, y al extremo de largo callejón vi algunas mujeres que corrían gritando.

Y esta promiscuidad, bajo la misma manta, de viejos y jóvenes, de inocentes jayanes recién venidos de su tierra y veteranos de la vida errante, conocedores de todas las corrupciones, se efectuaba en medio de una forzada abstinencia de la carne, en un país donde por las condiciones del trabajo, los hombres son mucho más numerosos que las mujeres, y la continua afluencia de presidiarios licenciados traía consigo todas las criminales aberraciones de la virilidad aislada.