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¡Bravo, muchacho! exclamó Gualtero. Tente firme. Se ha portado como debía y puede contar conmigo, agregó Norbury, escudero de Sir Oliver. tienes la culpa de todo esto, Tránter, dijo Germán. ¿No andas siempre buscando pendencia á los recien llegados? Pues ahí la tienes. Pero sería una vergüenza que el asunto pasase á mayores. El mozo no ha hecho más que contestar á una provocación con otra.

Pues entonces, Roger, tirad al suelo ese trozo de espada, aconsejó Norbury. ¿Me pedís perdón? repitió Roger dirigiéndose á Tránter. ¿Estáis loco? contestó éste. ¡Pues en guardia otra vez! gritó Roger, renovando el ataque con vigor tal que compensó la pequeñez de su arma. Había notado que la respiración de Tránter era fatigosa y se propuso hostigarle y cansarle, haciendo valer la propia agilidad.

Tened en cuenta que solemos poner á prueba el valor de los escuderos recien llegados, para saber si debemos de tratarlos como amigos. Vos habéis tomado esa prueba como ofensa mortal y contestado con un golpe. Decid que lo sentís, y basta. No llevéis las cosas á punta de lanza, dijo entonces Norbury al oído de Roger.

Con lo hecho basta, Roger, dijo Norbury. ¡, ! exclamaron otros; se ha portado como bueno. Por mi parte, no tengo el menor deseo de matar á este doncel, si se confiesa vencido, dijo Tránter enjugando el sudor que bañaba su frente. ¿Me pedís perdón por haberme insultado? le preguntó Roger súbitamente. ¿Yo? No en mis días, contestó Tránter. ¡En guardia, pues!

Los cuatro caballeros continuaron juntos su camino, seguidos de Roger, Gualtero y Juan de Norbury, escudero de Sir Oliver. Tras ellos iban Reno y Verney, portaestandartes de Morel y Butrón.

Después se quitó algunas piezas de la armadura, ayudado por Roger, que hizo lo propio con la suya, mientras el barón continuaba, dirigiéndose á Norbury: Si el príncipe ha pasado ya con el grueso del ejército, indagad como podáis el paradero de Chandos, Calverley ó Nolles. ¡Dios os proteja!

Á ver las armas. ¡Hola! aquí tenemos á un Clinton, de la antigua familia de Hanson y á uno de los Pleyel, rancia nobleza sajona. ¿Y vos? Norbury. Los hay en Chesire y también en la frontera de Escocia. Corriente, señores míos; vuestra admisión y presentación tendrán efecto al instante.

En aquella época no se conocía la etiqueta del duelo, pero eran muy frecuentes los encuentros singulares como el que describimos, y en ellos, así como en las justas, habíase conquistado el escudero Tránter una reputación que justificaba sobradamente la amistosa advertencia de Norbury.

Ahora más que nunca me enorgullezco de mandaros, dijo el barón contemplando con amor al puñado de héroes que le rodeaba. ¿Qué es eso, Roger? ¿Estás herido? Un rasguño, señor barón, contestó el escudero restañando la sangre de un tajo que le cruzaba la frente. Deseo hablarte, Roger, y también á vos, Norbury, dijo el barón dirigiéndose al escudero de Sir Oliver.

La mayor parte de los espectadores preveían una lucha desigual, mas no faltaban dos ó tres lidiadores expertos que notaban con aprobación la firme mirada y los ágiles movimientos del doncel. ¡Alto, señores! exclamó Norbury apenas se cruzaron las espadas. El arma de Tránter es casi un palmo más larga que la de su adversario. Toma la mía, Roger, dijo Gualtero de Pleyel.