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Como allá hay muchas palmeras, las columnas de las casas eran finas y altas, como las palmas; y encima del segundo piso tenían otro sin paredes, con un techo chato, donde pasaban la tarde al aire fresco, viendo el Nilo lleno de barcos que iban y venían con sus viajeros y sus cargas, y el cielo de la tarde, que es de color de oro y azafrán.

Y a usted ¿quién le ha dicho?... El Chato. ¿Campillo? El mismo. Pero ¿qué han visto? ¿Qué pueden decir esos miserables? ¿cómo se habla de estas cosas en una tertulia de señoras? ¿cómo entiende esta gente el respeto a las cosas sagradas? ¡Ta, ta, ta, ta! Envidia, pura envidia. ¿Respeto? Dios lo .

No fué escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico jigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que se conservaba el tal Diablillo; y volviendo los ojos al suelo, vió en él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas , sembrado de chichones mayores de marca , calabacino de testa y badea de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos colmillos solos, que no tenían más muela ni diente los desiertos de las encías, erizados los bigotes como si hubiera barbado en Hircania ; los pelos de su nacimiento, ralos, uno aquí y otro allí , a fuer de los espárragos, legumbre tan enemiga de la compañía, que si no es para venderlos en manojos, no se juntan.

Juan Ruiz vino a con el semblante risueño y me dio un cordial apretón de manos. Comprendí que se sentía muy honrado con la amistad de un hombre tan eminente y lleno de gratitud por mi galante invitación. Respiré con un placer como no volví a respirar en mi vida, y le invité a beber con mis amigos Villa, Olóriz y Eduardito un chato en casa de Juanito, allí cerca.

No se comprenden los argumentos que se puedan alegar en los Estados Unidos para proclamar la beligerancia de los insurrectos cubanos y para excitar acaso á otras potencias á que también la declaren. No hubiera habido menos motivo para pedir ó declarar hace años la beligerancia del Tempranillo, del Chato de Benamejí ó de los Botijas.

Fué a ver a su novia y habló con ella. la dijo . Ichtaber es buena persona y hombre de fortuna, es verdad, pero como es zapatero y chato y ha andado toda la vida con pieles, huele muy mal. ¡Mentiroso! dijo ella. No, no, fíjate. Ya verás.

« Pues estaba Fernando de aprendiz en la zapatería del difunto Ichtaber, el Chato de Tolosa, y no si vosotros sabréis, pero Ichtaber era un zapatero viejo y muy rico. Tenía Fernando de novia una chica muy guapa, pero Ichtaber, el Chato, al verla la empezó a cortejar y a decir si se quería casar con él, y, como era rico, ella aceptó. El hacía como que no se incomodaba, pero se vengó.

Un piso bajo con grandes ventanas enrejadas, otro piso alto, y nada más; pero la casa ocupaba un perímetro inmenso y detrás tenía un vasto jardín bastante descuidado. El portal era chato y poco decoroso: la escalera de piedra toscamente labrada y gastada por el uso. El difunto marqués estaba pensando en una reforma cuando lo arrebató la muerte.

El Chato iba y venía, espiaba en todas partes, y dos o tres veces al día entraba en casa del Provisor a dar parte de las murmuraciones a su jefe, a doña Paula, que le pagaba bien.

El padre de don Silvestre, ya por no tener más que un hijo, ya porque viera en él, aguzándole un poco, un instrumento más para el triunfo de sus hollados derechos, determinó mandar á su retoño á la villa inmediata para que estudiara latín con un dómine de torva catadura y de tantas narices como fama, y no era chato.