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Me estremecí y en seguida sentí que una gran laxitud me invadía. Me pareció que iba a caerme delante de la cama y a llorar, a llorar hasta rendir el alma. En ese momento se oyeron en la habitación contigua los gritos del pequeñuelo que se había despertado y reclamaba a su nodriza. Respiré largamente y reflexioné acerca de misma y de los deberes que me incumbían. ¿Oyes, Marta? grité.

Comprendí que mientras esto sucediese no podía ser feliz; que un pensamiento melancólico, una duda funesta iría siempre unida a mis transportes amorosos, mientras las escrituras de la herencia no estuviesen en mi poder. Cuando, al fin, eché la carta al correo con el documento notarial, respiré como si me hubiesen quitado un gran peso de encima.

No recuerdo haber dejado por allí una sola deuda de gratitud. ¿Qué me va ni qué me viene con la decadencia o con la prosperidad de esa patria, donde sólo tuve de balde, o sea sin ganarlo yo, el aire que respiré, y obscuridad y desprecio? Y sin embargo no acierto a ponderarte lo muy patriota que soy.

¿Cuál es? Cuestión de faldas. Una supuesta rivalidad, Sr. D. Gabriel. Dígalo usted todo de una vez exclamé sintiendo que se redoblaba mi coraje. Usted está celoso y ofendido, porque supone que le he quitado su dama. No le contesté. Pues no hay nada de eso, amigo mío. añadió . Respire usted tranquilo las auras del amor.

Pero otras mil flores, más olorosas y no menos bellas, aparecen después, llamando y excitando al céfiro a que respire los aromas que exhalan. El céfiro viene, semejante al atrevido príncipe del cuento de hadas, y atraviesa por la esquiva floresta, y penetra en el silencioso palacio, y llega hasta el lecho de la encantada y dormida princesa, y le da un beso de amor.

La noche estaba muy negra, el viento soplaba con furia, nubarrones obscuros se extendían por el cielo y dejaban espacios más claros, donde brillaba un grupo de estrellas. Hice un esfuerzo y me quité el pañuelo de la boca. Respiré a pleno pulmón. Luego pensé con frialdad: ¿Qué querían de aquellos hombres? Si Machín hubiera pensado echarme al agua, ¿qué esperaba?

Su cabeza se desvaneció en lluvia de polvo, y su enorme cadáver cayó a mis pies como las murallas de un alcázar. Entonces respiré, levanté los ojos y los fijé fieramente en las estrellas, y todas las estrellas fijaban sobre sus ojos de oro, pues en el desierto nadie había sino yo. ¡Oh, cuán dulce es respirar aquí con toda la holgura de su pecho!

El doctor tomó el instrumento, se lo puso sobre el pecho y aplicó el oído. Tosa usted... así... no tan fuerte... Ahora respire usted con fuerza y acompasadamente. Hubo un largo silencio. Vuélvase usted un poquito... así... Tosa usted otra vez... Basta... Respire usted con fuerza... Nuevo silencio, durante el cual el enfermo comenzó a acariciar una idea horrible. Ahora hable usted.

«Si, libre en fin, América respire, «Sobre el pasado caiga espeso velo, «Y al son de dulce lira que suspire «Quemad inciensos, fecundad el suelo; «Y la riqueza guiando á la esperanza «Recojerá los frutos del verano. «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano

Juan Ruiz vino a con el semblante risueño y me dio un cordial apretón de manos. Comprendí que se sentía muy honrado con la amistad de un hombre tan eminente y lleno de gratitud por mi galante invitación. Respiré con un placer como no volví a respirar en mi vida, y le invité a beber con mis amigos Villa, Olóriz y Eduardito un chato en casa de Juanito, allí cerca.