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Así no he creido necesario precipitar las operaciones, mayormente cuando la situacion del soldado, rendido de hambre y fatiga, reclamaba imperiosamente algun descanso.

Las frecuentes ausencias del doctor, cuya persona reclamaba a cada instante la clientela, el hospital que dirigía y el Instituto del cual era miembro, dejábanles tiempo de sobra para forjarse hermosos sueños que por la memoria del tiempo pasado y fiando en la esperanza del venidero juzgaban realizables.

En este como portátil camarín, que cargaba sobre los hombros de doce eunucos del Sennaar, aparecía la afortunada novia envuelta en los velos que aun en la poca ortodoxa Granada, para ceremonias de tal monta y con personas de tal clase, reclamaba la rigidez muslímica.

Jaime piensa que lo mejor era provocar las confidencias. ¿Pero cómo? ¿El medio más sencillo no sería demostrar a Juan la misma confianza que reclamaba de él? Se apresuró, pues, a aprovechar la hora para llevar la conversación a un terreno propicio: ¡Ah! el pensamiento de las jóvenes, es para nosotros indescifrable; su jardín secreto nos es inaccesible.

Después de dar una vuelta por el cuarto de los niños para ver si estaban desabrigados o si Isabelita tenía pesadilla, Rosalía charlaba un poco con su marido, mientras iba soltando una por una sus galas, sus faldas y aquella máquina del corsé donde su carne, prisionera, reclamaba con muy visibles modos la libertad.

Y más aún, si cabe, le atormentó y afligió el ver á Clara esquiva, tímida como nunca, apartándose de él y no queriendo apenas hablarle, aunque mirándole á veces con involuntarias amorosas miradas, que se conocía que ella dejaba escapar á su despecho, y con las cuales, más que amor, reclamaba piedad, conmiseración y hasta perdón por su inconsecuencia de dejarle, de haber alentado sus esperanzas, y de matarlas ahora entrando en el claustro.

Lo reclamaba con todas sus fuerzas. Como avaro, era una especialidad. Tenía un armario forrado, donde guardaba sus riquezas, y una porción de baúles pequeños de latón, reforzados con barras de hierro. Alguna vez me permití bromear acerca de sus tesoros, y él me dijo con gran sigilo: Que no te oigan. No vayan a creer que tengo mucho dinero y quieran asesinarme.

Luego, como si hubiera logrado al fin desasirse de algún odioso pensamiento, prosiguió: Ya os he dicho otras veces que ese trato con Dios se usaba y era lícito en la ley vieja, y el mesmo Señor lo reclamaba, como vemos en Isaías, donde reprende a los hijos de Israel, diciendo: , filii desertores, dicit Dominus, ut faceretis concilium, et non ex me... Qui ambulatis, ut descendatis in Ægiptum, et os meum non interrogastis.

Empeñose en que había de almorzar con él, y no pude resistir a sus instancias; un mal almuerzo mal servido reclamaba indispensablemente algún nuevo achaque, y no tardó mucho en decirme: Amigo, en este país no se puede dar un almuerzo a nadie; hay que recurrir a los platos comunes y al chocolate.

Me estremecí y en seguida sentí que una gran laxitud me invadía. Me pareció que iba a caerme delante de la cama y a llorar, a llorar hasta rendir el alma. En ese momento se oyeron en la habitación contigua los gritos del pequeñuelo que se había despertado y reclamaba a su nodriza. Respiré largamente y reflexioné acerca de misma y de los deberes que me incumbían. ¿Oyes, Marta? grité.