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Esta escultura representaba un hombre barbado y vestido de larga túnica con un libro abierto en una mano y un compás en la otra. Era el conocido personaje emblemático que simboliza la Arquitectura; pero nuestro hidalgo quiso que representase á Sócrates y le puso este nombre encima y debajo el siguiente dístico: Aunque la ingrata patria tus afanes no premie Al compás de tus obras siempre atiende.

El más concurrido se levantaba frente a la iglesia de Santiago. Dirigíalo un morisco a quien llamaban el Nazareno, por su semejanza quizá con algún Crucifijo muy barbado y negruzco de las ermitas. A las diez de la mañana o a las seis de la tarde, caía a aquel figón toda clase de gentes.

Porque, ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera cena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado?

El cura, que vio el peligro que corría su invención de ser descubierta, acudió luego a las barbas y fuese con ellas adonde yacía maese Nicolás, dando aún voces todavía, y de un golpe, llegándole la cabeza a su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verían; y, cuando se las tuvo puestas, se apartó, y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar le enseñase aquel ensalmo; que él entendía que su virtud a más que pegar barbas se debía de estender, pues estaba claro que de donde las barbas se quitasen había de quedar la carne llagada y maltrecha, y que, pues todo lo sanaba, a más que barbas aprovechaba.

En este tiempo ya se habían desparecido del jardín todo el barbado escuadrón de las dueñas y la Trifaldi y todo, y los del jardín quedaron como desmayados, tendidos por el suelo.

En tanto que el barbado caballero se estuvo dentro con el doctor, nuestro joven continuó repasando los preciosos cromos del libro con sus dedos tan finos, tan delicados, que parecían hacecillos de huesos prontos a quebrarse. ¿Pero con tales manos puede un hombre trabajar? ¿Se puede defender? Eran las preguntas que a cualquiera le ocurrirían mirándolas.

Dejáronle y, sacándola, abrióla; y echando en un vaso un poco de vino, salió con la lana y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso que no se podía beber ni colar. Entonces acabó de perder la paciencia el viejo, pero viendo las descompuestas carcajadas de risa, tuvo por bien el callar y subir en el carro con los rufianes y las mujeres.

Tres cuartos de legua habrían andado, cuando descubrieron a don Quijote entre unas intricadas peñas, ya vestido, aunque no armado; y, así como Dorotea le vio y fue informada de Sancho que aquél era don Quijote, dio del azote a su palafrén, siguiéndole el bien barbado barbero.

El cazador que venía delante representaba veintiocho o treinta años: alto y bien barbado, tenía el pescuezo y rostro quemados del sol, pero por venir despechugado y sombrero en mano, se advertía la blancura de la piel no expuesta a la intemperie, en la frente y en la tabla de pecho, cuyos diámetros indicaban complexión robusta, supuesto que confirmaba la isleta de vello rizoso que dividía ambas tetillas.

Qué jaqueca la de estos haraganes dijo después de dar la orden al cochero, sujeto irrespetuosamente barbado, ¿no sería mejor que fueran a cuidar ovejas, o a labrar la tierra? ¡así está el país! Por supuesto que no diré jota al doctor; ya pueden esperar el empleíto, sentados. Además, no hay que cansar el caballo, y ahora menos, que lo necesito para tan dura jornada...