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Ya en estas razones últimas se había agradecido al sueño el tal Don Cleofás, dejando al compañero de posta como grulla de la otra vida, cuando un gran estruendo de clarines y cabalgaduras le despertó sobresaltado, recelando que se le llevaba a otra parte más desacomodada el que le había agasajado hasta entonces; pero el Diablillo le sosegó, diciendo: No te alborotes, don Cleofás; que, estando conmigo, no tienes que temer nada.

Y dijo el Diablillo que los suizos y valtelinos eran el mejor juro de heredad del infierno, después de las Indias, porque éstas no podían dejar de ser campo fertilísimo para aquél, por lo mal que los que iban allá solían cumplir con sus conciencias.

¿Quién es? pregunta Juan, recorriendo con la mirada el patio, donde no se ve alma viviente. ¿Quién quieres que sea, sino ella? ¿Y no ves nada que indique dónde está? Nada absolutamente... Es un verdadero diablillo, se hace invisible cuando quiere. Y, con el rostro radiante, sigue a su hermano al molino. Pasan las horas. Juan quiere demostrar lo que puede hacer, y trabaja con gran energía.

Comprendo que ansíen confesarse esas buenas mujeres de los huertos, que van en busca del cura caminando bajo el sol o la lluvia. Esta tarde necesito yo decirlo todo. Tengo aquí dentro un diablillo que empuja y empuja para echar afuera todo mi pasado. Pues hable usted. Si soy su confesor y merezco su confianza, algo voy adelantando.

El Estudiante se incorporó entonces, supliendo con bostezos y esperezos lo que le faltaba por dormir, y prosiguió el Diablillo, diciendo: Todo este estruendo trae consigo la casa de la Fortuna, que pasa al Asia Mayor a asistir a una batalla campal entre el Mogor y el Sofí, para dar la victoria a quien menos la mereciere.

Y este espanto del familiar no era por que le pareciese mentirosa doña Guiomar, que él la hubiera creído aunque ella le hubiera dicho que no había venido al mundo por medio de mujer, sino caída de una estrella; pero espantábale el ver que su castidad iba más y más desmoronándose y deshaciéndose, y que el diablillo del amor con más y más fuerza le abrasaba el alma.

¡Ah! contestó el otro, riendo como un diablillo. ¿Que no se maman el dedo? Ya verá usted lo que va á salir de aquí. Usted, Bozmediano, arrímese á buen árbol.... Mire que se lo aconseja quien sabe lo que son estas cosas.... Pero volvamos al otro asunto. En lo concerniente á Clarita, voy á darle á usted un dato muy importante. A ver. Este Elías tenía un sobrino en Ateca.

Me apeé de un brinco; y sin cuidarme del caballo, comencé, mientras andaba hacia ella con el sombrero en la mano, a deshacerme en excusas, a explicarla el suceso... Yo tenía muchísimo gusto en ponerme a sus pies, en conocerla personalmente, en ofrecerla mis respetos; pero esto lo hubiera hecho... pensaba hacerlo, a otra hora menos intempestiva... a mi vuelta por la tarde... la culpa era de aquel diablillo que, sin darme tiempo para explicarme, se había apresurado a llamarla...

El estrabismo daba chocarrera gracia a su rostro, y con el bonete terciado, como solía llevarlo, parecía un diablillo enmascarado de clérigo.

Amiga mía dijo doña Flora , ¡qué imprudente es usted! ¿No es verdad, Gabriel, que ha sido muy imprudente? ¡Ya lo creo; contarlo todo en sus propias barbas! Yo temblaba por ti, niñito, temiendo que te ensartara con el chafarote. La condesa nos ha comprometido afirmé con afectado enojo. Es un diablillo. Amiga mía dijo Amaranta , lo hice con la mayor inocencia.