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Después que se retiró de Zaragoza y fué á Ateca, una figura iba perpetuamente unida á la suya en aquellas escenas futuras. ¡Insensato! ¿Qué piensas hacer de ella? Una reina. ¿De dónde? Será simplemente la mujer de un gran hombre. Menos tal vez: la mujer de un hombre obscuro... Concluía por concretar el objeto de todas sus quimeras á un retiro pacífico, á un matrimonio feliz.

Tan solo pudieron reanimarla y darle alguna felicidad los cuarenta días que, seis meses antes de estos sucesos, había pasado en Ateca, pueblo de Aragón, á donde Elías la mandó para que disfrutara del campo. Más adelante veremos por qué tomó Elías esta determinación, y lo que resultó del viaje de Clara.

Fué á su pueblo, y al entrar en él lo primero que vió fué la venerable efigie de don Pablo Bragas, que le saludó con un pomposo arqueo de cintura. Junto á él estaban el alcalde, el cura y lo más notable de Ateca, incluso el herrador. Bragas sacó un papel del bolsillo y leyó un discurso, mitad en latín y mitad en castellano, que aplaudieron todos menos el obsequiado.

Concluiremos consagrando un recuerdo á uno de los principales héroes de este capítulo. Nuestro amigo don Pablo Bragas murió en Ateca á los noventa y un años de edad, de calenturas gástricas, debidas al doble efecto de un hartazgo de salpicón y de un constipado que cogió examinando la conjunción de Arcturus con Marte en una noche de Enero.

Ni un solo día en todo el tiempo que pasó Clara en Ateca dejaron de ir á la huerta las dos muchachas, y ni un solo día dejó Lázaro de encontrarlas allí por casualidad.

Carrascosa creyó reconocer en aquel joven al sobrino de su amigo, á quien había tratado en Ateca; y queriendo cerciorarse, porque sin duda le interesaba, bajó tras ellos. Los cuatro jóvenes se mezclaron al gentío: no se podía dar un paso. La procesión estaba organizada, y pronto iba á emprender la marcha para salir á la calle de Atocha.

Pero dime: ¿desde cuándo te has metido á orador? No sabía yo que en Ateca hubiera tanta elocuencia. Te habrán aplaudido los segadores en las eras, y te has creído por eso un Demóstenes. El fanático reía con tan maligno acento de sarcasmo, que á Lázaro le parecía tener delante un grotesco demonio. Cada palabra abría en el corazón del pobre prisionero una nueva herida, y le abatía y avergonzaba más.

¡Ah! contestó el otro, riendo como un diablillo. ¿Que no se maman el dedo? Ya verá usted lo que va á salir de aquí. Usted, Bozmediano, arrímese á buen árbol.... Mire que se lo aconseja quien sabe lo que son estas cosas.... Pero volvamos al otro asunto. En lo concerniente á Clarita, voy á darle á usted un dato muy importante. A ver. Este Elías tenía un sobrino en Ateca.

Elías creció mas, y siguiendo la discreta opinión de un lector del convento de dominicos de Tarazona, que fué á predicar á Ateca el día de la Patrona del pueblo, le mandaron á estudiar humanidades con los padres de dicho convento. Ya tenía doce años; allí creció su reputación, y á poco fué tan gran latino, que ni Polibio, ni Eusebio, ni Casiodoro se le igualaran.

Pero durante la permanencia de Clara en Ateca pasaron cosas que influyeron poderosamente en el resto de su vida. Vamos á referirlas, porque de ellas se deriva casi toda esta historia; y por tan importantes y graves, las dejamos para el capítulo siguiente, donde las verá el lector, si está decidido á no abandonarnos. #El sobrino de Coletilla.#