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Amalia alzose vivamente de la silla y fue a cerrar la puerta. Los gritos dejaron de oírse, pero la nerviosa joven tampoco oyó ya las palabras de Amalia. Un gran desasosiego se apoderó de ella; subíanle vapores a la cara y al pensamiento atroces deseos de desvergonzarse con aquella malvada, de llamarla judía, bribona, infame. Todo lo que pasaba en aquella casa se le representó de golpe.

En cuanto a decir su nombre, traían orden de no llamarla sino la señora peregrina.

Quebrantado, cercado, cuando se vio irremisiblemente perdido, Lope, sacando su daga, la hundió hasta el puño en el corazón de su hija, que era todavía una niña. No quiero dijo que se convierta en una mala mujer, ni que puedan llamarla, jamás, la hija del Traidor. Después mandó a uno de sus soldados fieles que le disparara un tiro de arcabuz. El soldado obedeció.

En realidad ya no lo era, porque no tenía más obligaciones que las que ella misma quería imponerse, limitándose éstas á vigilar el servicio y mantener el orden, para lo cual su presencia era bastante, tales eran el respeto y el afecto que le profesaba la servidumbre, que dió en llamarla cariñosamente «Tía Juana», nombre que no tardó en generalizarse.

Jamás su corazón de mujer tuvo los pequeños refinamientos de afecto, las delicadas atenciones que Roussel prodigaba á Mauricio. Se hizo amar por su hija adoptiva, pero se hizo más respetar. El nombre de "tía" convenía por su frialdad á las relaciones afectuosas que Herminia tenía con la señorita Guichard: llamarla mamá hubiera sido imposible, porque en realidad era tratada como una sobrina.

Ni sus más decididos adoradores se atrevían a llamarla hermosa, ni sus detractores se propasaban jamás a calificarla de fea. Todos, por unanimidad, la declaraban distinguida en grado eminente. Pero ¿en qué y por qué se distinguía? No era ni muy alta ni muy baja, ni muy blanca ni muy morena, ni pelinegra ni rubia. En ninguna de sus facciones había nada de extraordinario ni de marcado.

Picado, el proponente preguntó: ¿Es ésa la última palabra del señor duque? Pablo se encogió de hombros: El duque de Sandoval no tiene más que una palabra. Lo mismo da llamarla primera que última. Y, diciendo esto, se puso de pie, para significar a su interlocutor que había terminado la entrevista. Poco a poco, disgustado por el ambiente, fue retirándose otra vez a su palacio.

Harto estoy ya de oir decir que el porvenir del mundo es de la raza anglo-sajona, la cual en América da clara muestra de que entiende de todo, de que vale para todo y de que sabe gobernarse, mientras que la raza española, ibérica, latina ó como nos convenga llamarla, ofrece muy triste espectaculo, y da, por todo el Nuevo Mundo, y claro está también que por el antiguo, lastimoso testimonio de su incapacidad y desgobierno.

Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Así es todo Venecia: maravilloso y sorprendente, pues sorprende y maravilla ciertamente ver que lo que ningun palacio de las grandes ciudades de Europa tiene apénas en su interior, frescos del Ticiano, los palacios de Venecia, la oriental, porque así es preciso llamarla corrigiendo el mapa, los tienen por fuera.