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Le defenderemos rectificó calurosamente el digno notario. Cuando Carlos volvió encontró a su madre adoptiva ligeramente preocupada. Una nube fugitiva que se ponía algunas veces en sus tranquilas facciones obscurecía el brillo de sus bellos ojos, tiernamente fijos en él y en los que se leía una vaga alarma. Una carta para ti dijo dándole un sobre blasonado. El joven la abrió y la leyó rápidamente.

Su tía había sido muy amable ahorrándole las preguntas ociosas y explicaciones inútiles sobre su cambio de parecer, justificado por el amable paso de aquellas señoras y por la doble invitación que salvaba las inconveniencias. Ante aquella muestra de deferencia para su madre adoptiva, no podía ya Carlos ser más realista que el rey ni había ninguna razón para hacer el salvaje.

Carlos se calló, vencido y contento. La madeja estaba devanada, pero el joven permanecía a los pies de su madre adoptiva, apoyado en su butaca como cuando siendo pequeño, venía a que le hiciera mimos. Liette, tiernamente maternal, jugaba distraídamente con los dorados del uniforme. Decididamente, ¿irás a Argicourt? ¿Te da miedo la linda castellana?

No habían visto una niña tan bonita, tan modosa y que se metiera por los ojos como aquella. Daba gusto ver la limpieza de su ropa. La falda la tenía remendada, pero aseadísima; los zapatos eran viejos, pero bien defendidos, y el delantal una obra maestra de pulcritud. En esto llegó la tía y madre adoptiva de Adoración.

Sintiose turbado: fue a sentarse más lejos. Josefina vestía con elegancia. Los señores de Quiñones la criaban con mimo, como hija adoptiva. Por mucho tiempo éste fue el asunto preferido de las murmuraciones de Lancia. Se averiguaba con vivo interés el coste de sus sombreritos; se comentaba el número de juguetes que le compraban; hacíanse cálculos sobre la cantidad en que la dotarían al casarse.

Saliendo de su patria con instintos generosos, se metaliza en los Estados Unidos, si la fortuna le protege, y vuelve Yankee por todos cuatro costados. Un Francés se hace Turco ó Chino, si es necesario, adquiriendo todas las condiciones de la raza ó la sociedad adoptiva, con rara facilidad. La Francesa, muy al contrario, conserva su personalidad en todas partes.

En su mente va ordenando y combinando las ideas que recibe, claras y distintas todas, aunque desnudas de signo sonoro o dibujado que las represente, porque no hay para él palabra hablada o escrita. Sólo puede saber y sabe los varios gritos inarticulados de su madre adoptiva la gacela.

Esa persona no se atrevía a hacer nada que diera a suponer que tenía interés especial por la hija adoptiva de un pobre hombre y no el que debía esperarse de la bondad de un joven squire, al que un encuentro fortuito sugería la idea de gratificar con un pequeño presente al pobre viejo mirado por todos con benevolencia.

Así, por ejemplo, mientras ella no cesaba de verter lágrimas y lamentarse y hasta llegar á veces á la desesperación por la ausencia de su hija adoptiva, el tío Goro mostraba un semblante profundo y tranquilo y reprimía con dulzura y severidad á la par los ímpetus de su esposa. ¡Pero mujer, repara que Demetria se está destruyendo!

¡Ay! suspiraba el pobre notario, que había alimentado mucho tiempo otra esperanza, mi ahijado no sospecha el perjuicio que me ha hecho. Pero, lejos de guardarle rencor, el excelente hombre le daba el cariño que su madre adoptiva no quería.