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Los señores de Argicourt entran a su vez seguidos de Eva, que abraza valientemente a la tía Liette. Señorita dice la joven castellana, mientras su marido estrecha una vez más la mano de Carlos, tendríamos mucho gusto en ver a ustedes en Argicourt antes de que se vaya el capitán. Estaremos en toda intimidad; una comida de familia.

, era feliz, lo era más de lo que él mismo hubiera podido decir mientras el break que había ido a buscarle, a él y a otros convidados, rodaba hacia Argicourt. En primer lugar, adoraba el Rally-paper, una cacería tan divertida, en la que la caza no da distracciones. Además el barón era un excelente camarada, sencillo, cordial y de una amabilidad perfecta.

¿No me había usted dicho que iba el domingo a Argicourt, padrino? preguntó de repente, cortando un período que ni siquiera había oído. ¿A Argicourt?... ¡Ah! , perfectamente. Un arriendo que renovar. Si usted no tiene inconveniente, aprovecharé su coche para hacer la visita de despedida al castillo. Concedido, ahijado; si eres bueno, guiarás a la Gris.

A consecuencia de aquella acción, el capitán Raynal fue propuesto para la cinta roja... Pero él no pudo olvidar la cinta azul. La tía Liette no había vuelto a preguntar a Carlos si iría a Argicourt.

La madre adoptiva analizaba sus menores palabras y sus menores gestos... Carlos parecía tranquilo y contento... Pero evitaba el mirarla... Además, ¿por qué iba a Argicourt?... La visita de cumplimiento por su próxima partida y, sobre todo, la presencia de Eva, bastaban para explicar... Evidentemente, no había para qué alarmarse...

¡Oh! no tardaré en gastarlos, miss Darling; mis ojos se van protestó alegremente Liette, que, mientras hablaba con la condesa de Argicourt, había oído las últimas palabras de aquel aparte. Pero no los oídos observó maliciosamente la joven americana. La verdad es que me representaba a «la tía Liette» como una viejecita arrugada y canosa de cincuenta años lo menos.

Hay cosas imposibles de explicar a una señorita. Hubo un instante de silencio molesto. El señor Hardoin jugaba con el cuchillo, con una enigmática sonrisa en los labios. Dispense usted, querido conde dijo gravemente el señor de Argicourt, pero usted ha encontrado al capitán Raynal en mi casa y soy solidario de todos mis huéspedes. ¿Sabe usted alguna historia respecto de él?

Es una invitación del señor de Argicourt para un Rally-paper, el sábado. ¿Vas a ir? Carlos vaciló un momento. No, tía Liette; mi licencia es corta, y quiero dedicártela entera. Pero yo no quiero ser egoísta y privarte de los placeres de tu edad. ¡Qué buena eres! No es más sino que te quiero mucho. Carlos la contempló con enternecimiento. ¡Oh! , la tía Liette le amaba... ¡Y él a ella!

En una palabra, el señor de Argicourt y el señor de Estry deben de estar en este momento en casa del señor de Candore para pedirle una satisfacción. ¡Oh! Dios mío. Y he tenido miedo, yo, tía Liette, que no soy sin embargo, una mujerzuela y comprendo muy bien que un oficial... En su lugar, hubiera hecho lo que él... Dios protegerá el buen derecho, ¿verdad?

Primero, la llegada: en el vasto patio de honor atestado de cazadores y cazadoras y en el que las casacas rojas y verdes se mezclaban con los trajes femeninos más o menos chillones, entre la confusión de los grandes carruajes, el relincho de los caballos y el jurar de los picadores, la joven se le había aparecido como una castellana de los antiguos tiempos, bajando lentamente la escalinata, con una amazona muy sobria recogida en el brazo derecho y la fusta en la otra mano; y todo lo demás se había borrado para él, que ya no vio a nadie más que a la mujer amada. ¿Cómo respondió a la acogida calurosa de Gastón de Argicourt, a la amabilidad de su mujer, a los apretones de manos de unos cuantos camaradas, al saludo ceremonioso del señor de Candore, al cordial cumplimiento del viejo general Estry y al vigoroso «shake-hand» del tío Dick?... Carlos no sabía absolutamente nada.