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Primero, la llegada: en el vasto patio de honor atestado de cazadores y cazadoras y en el que las casacas rojas y verdes se mezclaban con los trajes femeninos más o menos chillones, entre la confusión de los grandes carruajes, el relincho de los caballos y el jurar de los picadores, la joven se le había aparecido como una castellana de los antiguos tiempos, bajando lentamente la escalinata, con una amazona muy sobria recogida en el brazo derecho y la fusta en la otra mano; y todo lo demás se había borrado para él, que ya no vio a nadie más que a la mujer amada. ¿Cómo respondió a la acogida calurosa de Gastón de Argicourt, a la amabilidad de su mujer, a los apretones de manos de unos cuantos camaradas, al saludo ceremonioso del señor de Candore, al cordial cumplimiento del viejo general Estry y al vigoroso «shake-hand» del tío Dick?... Carlos no sabía absolutamente nada.

Los banderilleros y picadores, pobres diablos que iban a exponer su vida lo mismo que los maestros, apenas levantaban con su presencia un leve murmullo. Sólo los aficionados fervorosos conocían sus apodos. De pronto, un prolongado zumbido, un nombre repitiéndose de boca en boca: ¡Fuentes!... ¡Ese es el Fuentes!

Sobre las cabezas del gentío emergían a caballo los picadores y los alguaciles con sus trajes del siglo XVII. A un lado del corral alzábanse edificios de ladrillo de un solo piso, con parras sobre las puertas y tiestos de flores en las ventanas: un pequeño pueblo de oficinas, talleres, caballerizas y casas en las que vivían los mozos de cuadra, los carpinteros y demás servidores del circo.

Junto al pilón inmediato a aquéllas, el agua encharcada entre los guijarros era de un rojo obscuro, como vino desparramado. Iban saliendo casi a rastras de las cuadras los caballos destinados a la corrida del día siguiente, para que los examinasen los picadores, dándolos por buenos.

Algunos picadores con sus chaquetas de brocado y sombreros inmensos galopaban también sobre algún mal caballo, llevando a las ancas a un amigo, que le abrazaba cariñosamente para no caerse. Los peones bajaban por las aceras lentamente, en amable plática, formando apretados y numerosos grupos.

Allá, las calesas rojas, cubiertas de ricos dorados, vuelan arrastradas por un caballo rápido, cuya cabeza está cargada de plumas abigarradas y de cascabeles que resuenan a lo lejos; aquí, el pavimento tiembla y gime bajo el peso de ocho mulas cuyos arneses resplandecen de cifras y de escudos de armas de plata, y que arrastran un coche pesado y macizo, rodeado de lacayos con las magníficas libreas de un grande de España y precedido de picadores de trajes deslumbrantes.

Yo asomé la cabeza por la ventanilla de la carroza, y al ver un animal monstruoso que adelantaba con una rapidez horrible por el sendero junto al cual estaba mi servidumbre, grité: Apartáos, caballeros, apartáos, yo os lo permito . Unos por miedo, otros por afición á la caza, se apartaron lejos ó siguieron al jabalí; don Rodrigo no se movió de junto á la portezuela, á pesar de que el jabalí pasó tan cerca de él que le hirió, aunque débilmente, el caballo, y quedó solo al lado de la carroza; toda mi servidumbre: picadores, monteros, guardias, se habían alejado.

Después de haber saludado con mucha soltura y gracia a las autoridades, fue a colocarse, como los demás lidiadores, en el sitio que le correspondía. Los tres picadores ocuparon los suyos, a igual distancia unos de otros, cerca de la barrera. Los matadores y chulos estaban esparcidos por el redondel.

Era el señor baron uno de los caballeros mas poderosos de la Vesfalia; su quinta tenia puerta y ventanas, y en la sala estrado habia una colgadura. Los perros de su casa componian una xauria quando era menester; los mozos de su caballeriza eran sus picadores, y el teniente-cura del lugar su primer capellan: todos le daban señoría, y se echaban á reir quando decia algun chiste.

Y porque la barba te estorbase, ¿había razón para poner la cara como la de un chulo o un chispero?... ¿No sabes que eres hijo de una familia respetable, y que debes imitar a las personas decentes, lo mismo interior que exteriormente?... A ver si te quitas inmediatamente esos adornos... ¡No quiero chulos o picadores en mi casa!... Tiempo hace que me estás disgustando con tus groseras inclinaciones... Ya que tienes por amigos a unos cuantos toreros o granujas de la calle, olvidando lo que debes a tu familia y lo que debes a ti mismo... que no tienes otros placeres, que ver encerrar y apartar los toros... Me hiere profundamente tener un hijo tan insensato... ¿De dónde has sacado esas aficiones?... ¿No ves a tus hermanos, de quien nadie tuvo que decir jamás una palabra?...