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Actualizado: 13 de junio de 2025


Pero con todo, sea que la rabia sea poderosa a aguzar la más torpe inteligencia, o que tenga la pasión la facultad de convertir el más rudo instinto en perspicacia, ello es, que hay toros que adivinan y se burlan de las suertes más astutas de la tauromaquia. Los primeros que llamaron la atención del terrible animal fueron los picadores. Embistió al primero y le tiró al suelo.

El no era como Potaje, que permanecía inmóvil y ceñudo a los pies de la cama, contemplando el cadáver como si no lo viese, mientras hacía girar el castoreño entre sus dedos. Iba a llorar como un niño. Su pecho jadeaba de angustia, mientras los ojos se le hinchaban a impulsos de las lágrimas. En el patio tuvo que apartarse para dejar paso a los picadores que volvían al redondel.

Era un Miura castaño, chorreao, listón, fino y de hermosa lámina, largo y levantado de cuerna. Mostrose voluntario y noble en las varas, aguantando seis puyazos de los picadores de tanda. Pero al llegar a los palos comenzó a defenderse.

Gallardo mostró desde el primer instante la nerviosa actividad que le poseía. Veíasele lejos de la barrera, saliendo al encuentro del toro, entreteniéndole con sus lances de capa mientras los picadores aguardaban el momento en que acometiese éste a sus míseros caballos. Notábase en el público cierta predisposición contra el torero.

Sentía la certeza del triunfo, la corazonada de las tardes gloriosas. La corrida fue accidentada desde su principio. El primer toro «salió pegando» con gran acometividad para las gentes de a caballo. En un instante echó al suelo a los tres picadores que le esperaban lanza en ristre, y de los jacos dos quedaron moribundos, arrojando por el perforado pecho chorros de sangre obscura.

Muchas veces, el trágico vacío de los órganos perdidos remediábanlo los bárbaros curanderos con puñados de estopa introducidos en el vientre. Lo importante era mantener en pie a estos animales unos cuantos minutos más, hasta que los picadores volviesen a salir a la plaza: el toro se encargaría de rematar su obra... Y los jacos moribundos sufrían sin protesta esta lúgubre transfiguración.

En la puerta llamada de Caballos, bajo un arco que daba salida a la plaza, formábanse los toreros con la prontitud de la costumbre: los maestros al frente; luego los banderilleros, guardando anchos espacios; y tras ellos, en pleno corral, pateaba la retaguardia, el escuadrón férreo y montaraz de los picadores, oliendo a cuero recalentado y a boñiga, sobre caballos esqueléticos que llevaban vendado un ojo.

En la taberna del Sr. Poenco no se pensaba más que en libaciones en honor del gran suceso. Los majos, contrabandistas, matones, chulos, picadores, carniceros y chalanes, habían diferido sus querellas para que la majestad de tan gran día no se turbara con ataques a la paz, a la concordia y buena armonía entre los ciudadanos.

Los tres picadores saludaron al presidente de la plaza, precedidos de los banderilleros y chulos espléndidamente vestidos y con capas de vivos y brillantes colores. Capitaneaban a todos los primeros espadas y sus sobresalientes, cuyos trajes eran todavía más lujosos que los de aquellos.

En el patio inmediato a la capilla sonaban golpes de vara sobre el pellejo de los míseros caballos, reniegos, choque de herraduras y voces. «¿A quién le tocaNuevos picadores eran llamados a la plaza. A estos ruidos uniéronse otros más cercanos.

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