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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Varios hombres de la partida, que se despertaron al ruido de los gritos, vieron al loco de un modo confuso cuando se perdía en las tinieblas. También oyeron un rumor de alas alrededor de la hoguera; después, sin darles más importancia que a las imágenes del sueño, se volvieron del otro lado y otra vez se durmieron. Cerca de una hora más tarde, la cuerna de Lagarmitte tocaba diana.

En aquel momento el doctor Lorquin, que se había quedado fuera para desenganchar el caballo, abrió la puerta exclamando: ¡La batalla se ha perdido! Aquí vienen las gentes del Donon; acabo de oír la cuerna de Lagarmitte. Fácil es imaginar cuál sería la emoción de los presentes al escuchar tales palabras.

No se olviden decía a todos de parar el fuego en cuanto oigan la cuerna de Lagarmitte; pues, de lo contrario, se gastaría inútilmente la pólvora.

Era un Miura castaño, chorreao, listón, fino y de hermosa lámina, largo y levantado de cuerna. Mostrose voluntario y noble en las varas, aguantando seis puyazos de los picadores de tanda. Pero al llegar a los palos comenzó a defenderse.

Muchos aplausos. Llegó el cuarto toro, que correspondía de nuevo al Cigarrero. Era un Veragua colorado listón, bragado, ojinegro, abierto de cuerna y de buena estampa, como casi todos los del Duque; un bravo y hermoso animal. Merluza le colgó un buen par al cuarteo. El Serranito cogió después los palos, y en cuanto el público le vio en medio de la plaza, aplaudió. ¡Ole tu mare, saleroso!

; es cierto. ¿Qué quieres? He tenido que bajar del Falkenstein, coger el fusil y acomodar a las mujeres. Pero, en fin, ya estamos aquí, no perdamos tiempo. ¡Lagarmitte, toca la cuerna para que se reúna la gente! Ante todo, es preciso ponerse de acuerdo y hay que nombrar jefes.

Palabra del Dia

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