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Ponderaron también la ferocidad de los toros que ellos cuidaban, se quejaron de la poca reputación que tenían y aún pronosticaron que al fin habían de abrirse camino hasta la magnífica plaza de Madrid, donde competirían con los de Veragua y los de Miura matando caballos a porrillo y metiendo en puño los animosos corazones de Lagartijo y de Frascuelo.

Llegaban los malos momentos de los días de corrida; la incertidumbre de las últimas horas antes de marchar a la plaza. ¡Toros de Miura, y el público de Madrid!... El peligro, que visto de cerca parecía embriagarle, acrecentando su audacia, angustiábale ahora, al quedar solo, como algo sobrenatural, pavoroso por su misma incertidumbre.

Al mes siguiente, este doctorado tauromáquico era refrendado en la plaza de Madrid, donde otro maestro no menos célebre volvió a darle la alternativa en una corrida de toros de Miura. Ya no era novillero; era matador, y su nombre figuraba al lado de viejos espadas a los que había admirado como dioses inabordables cuando iba por los pueblecillos tomando parte en las capeas.

Era un Miura castaño, chorreao, listón, fino y de hermosa lámina, largo y levantado de cuerna. Mostrose voluntario y noble en las varas, aguantando seis puyazos de los picadores de tanda. Pero al llegar a los palos comenzó a defenderse.

Ante el silencio de su mujer, que permanecía con los ojos bajos o le miraba ceñuda, resistiéndose a contestar a sus preguntas para no entablar conversación, el espada prorrumpía en deseos mortales. ¡Mardita sea mi suerte! ¡Ojalá me enganche un miura el domingo y me campanee, y me traigan a casa en una espuerta!

Tenía bastante correa, y además un ingenio vivo y sutil que recogía admirablemente el ridículo y sabía dar en rostro con él a sus contrarios. La mayor parte de las veces los que iban a «tomarle el pelo» salían muy bien trasquilados. Los años, la práctica, le habían adiestrado de tal modo en el pugilato de frases incisivas que realmente era temible. Tenía la intención de un miura.

Pero ¿es que no sabes na de las cosas del ofisio? ¿Es que vienes de segar?... Corría en Madrid, toros de Miura, y me pones el traje rojo, el mismo que llevaba el pobre Manuel el Espartero... ¡Ni que fueras mi enemigo, so sinvergüensa! ¡Paece como que deseas mi muerte, malaje!

Cuando el señor lo dice... repuse muy fríamente. Diga usted que ... Es una morena hasta allí..., con unos ojos como dos negros bozales..., ¡ham!, dispuestos a comérselo a uno... ¡Y unos andares..., que el suelo cruhe de gusto cuando se siente su taconeo!...¡Luego un arma que ni la de un violín... y más zentío que un miura!...