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Que le dejasen a él los otros picadores entendérselas con los de las caballerizas. Nadie conocía mejor la manera de hacer marchar a estas gentes. Avanzaba un criado hacia él tirando de un jaco cabizbajo, con el pelo largo y el costillar en doloroso relieve. ¿Qué traes ahí? decía Potaje encarándose con el contratista . Eso no e de resibo. Eso e una alimaña que no hay quien la monte. ¡Pa tu mare!...

Los capotes de los maestros consiguieron al fin atraerlo hacia la barrera, donde esperaban los picadores, inmóviles sobre sus monturas, con la garrocha bajo el brazo. Se acercó a un jinete con la cabeza baja y fieros bufidos como si fuese a acometer. Pero antes de que el hierro se clavase en su cuello, dio un salto y huyó, pasando por entre las capas que le tendían los peones.

Si la señora quiere pasar a la capilla... Había terminado el desfile de las cuadrillas. Por la puerta que daba acceso al redondel volvían trotando algunos caballos. Eran los picadores que no estaban de tanda y se retiraban de la arena para sustituir a sus compañeros cuando les llegase el turno.

Los picadores Potaje y Tragabuches, mozos rudos y de acometividad, aficionados a riñas y «broncas», y que sentían una confusa aversión hacia los hábitos, le azuzaban en voz baja. ¡Ahí lo tiés!... Entrale por derecho... Cuérgale der morrillo una soflama de las tuyas.

»La mañana siguiente, el látigo de un postillón resonó en el patio del castillo, y a poco se vio entrar un magnífico coche precedido y seguido de escuderos y picadores. Mi tío, de pie y rodeado de todos sus criados, recibió en la escalera a un joven a quien abrazó, conduciéndole luego al salón principal. En seguida me envió a decir que me esperaba.

Eran los picadores, rudos jinetes de aspecto montaraz, llevando encogido a la grupa, tras la alta silla moruna, una especie de diablo vestido de rojo, el «mono sabio», el servidor que había conducido la cabalgadura hasta su casa.

Era sabido el final de todos los picadores, después de una vida de horribles costaladas: el que no moría repentinamente de un accidente desconocido y fulminante, acababa sus días loco. Así moriría el pobrecito Potaje; y tantas fatigas a cambio de un puñado de duros, mientras que otros...

Los chulos sacaron a los picadores a la barrera. Uno tenía una pierna rota y se le llevaron a la enfermería. Los otros dos fueron en busca de otros caballos. También montó el sobresaliente; y mientras que los chulos llamaban la atención del animal con las capas, los tres picadores ocuparon sus puestos respectivos, con las garrochas en ristre.

A pesar de esto, siguió toreando a la fiera y apartándola de los picadores en peligro. Al principio, sus lances pasaron en silencio. Luego, el público, ablandándose, le aplaudió débilmente. Cuando llegó el momento de la muerte y Gallardo se plantó ante la fiera, todos parecieron adivinar la ofuscación de su pensamiento.

Entre los primeros, el Espada es el primer galan, el segundo espada su protagonista; el toro es el gran barba terrible; los picadores son los auxiliares de la trama, y los capeadores y ayudantes de toda clase constituyen la lucida falange de comparsas. Francamente, el toro, defendiéndose de cien enemigos, me pareció el personaje mas bello, mas digno de admiracion y de interes.