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Entraron en un salón amueblado á toda prisa, con el arte especial y fácil de los que están acostumbrados á viajar y tienen que improvisarse una vivienda: divanes con indianas vistosas y baratas, pieles de guanaco americano, tapices chillones, de un falso orientalismo, y en las paredes láminas de periódicos entre varillas doradas.

Las calles de Munich producíanme un extraño efecto al salir de allí con los ojos deslumbrados por todos aquellos reflejos de laca y jade, por los chillones colores de los mapas geográficos, especialmente los días en que el coronel me había leído una de aquellas odas japonesas de una poesía casta, sublime, tan original como profunda.

Y la de Sánchez Morueta, pensaba en su pariente el doctor, como siempre que había de indignarse contra alguna impiedad. Recordaba su comparación del hermoso templo con el forro interior de uno de esos baúles que usan las criadas, matizados de chillones colorines. ¡Decir tal cosa, cuando todo estaba en aquella iglesia discurrido y ordenado para comodidad y suave placer de los fieles!

Don Jacobo, en su jaula, ya no cantaba, y tendido e inmóvil contemplaba sobre su cabeza la pintura en colores chillones de una ninfa o diosa de la mitología. Quizá por primera vez, se le ocurrió que jamás había visto una mujer semejante, y que si la viera, probablemente no se enamoraría de ella. Tal vez le preocupaba otra especie de beldad.

Hasta a los gringos de las balleneras se les cae la baba cuando canta usted. Los resuellos chillones del acordeón habrían seguido, junto con los gemidos de la guitarra, si las músicas militares no hubiesen anunciado que la columna, formada ya, se ponía en marcha a lo largo del muelle.

Por las tardes, la respetable asamblea discutía sus aficiones: caballos, mujeres y perros de caza. La conversación no tenía otros temas. Escasos periódicos en las mesas, y en lo más oscuro de la secretaría un armario con libros de lomos dorados y chillones cuyas vidrieras no se abrían nunca. Salvatierra llamaba a esta sociedad de ricos el «Ateneo Marroquí».

Acerqueme a los infelices y los vi de todas clases; unos mutilados, otros entecos, demacrados y andrajosos los más, y todos chillones, desenfadados, resueltos, como si la mendicidad, más que la desgracia, fuese en ellos un oficio y gozasen a falta de rentas, del fuero inalienable y sagrado de pedir al resto del humano linaje.

Había en la plaza unas 500 negras, casi todas jóvenes, vestidas con trajes de percal de los colores más chillones, rojos, rosados, blancos. Todas escotadas y con los robustos brazos al aire; los talles fijados debajo del áxila y oprimiendo el saliente pecho, recordaban el aspecto de las merveilleuses del Directorio.

Estaban ebrias, no del escaso mosto, sino del vaivén y mareo de la romería, de los colores chillones, de los sonidos discordantes: sólo la sordo-muda permanecía indiferente, con su límpida mirada infantil. La casualidad proporcionó a las briosas mozas un desahogo que tuvo mucho de cómico y pudo tener algo de dramático.

A derecha e izquierda, en cromos chillones de gran tamaño, los dos Sagrados Corazones, y sobre ellos se abrían dos ventanas enjutísimas, terminadas por arriba en corte ojival, con vidrios blancos, rojos y azules, combinados en rombo, como se usan en las escaleras de las casas modernas.