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Leviathán es nombrado su guarda, con la obligación de no permitir á nadie el paso mientras no se confiese esclavo del mal. Hácenlo así Adán y Eva, y las generaciones humanas que les suceden. Aparece el Amor divino, y llama con dulce canto al caballero de la cruz, que es el Redentor.

Y una vez encontró á un querubín pequeñito, de cara mofletuda, que le respondió: , señora. Su Divina Majestad ha contestado algo. Al darle yo su recado, me dijo: «¿Pero es que ese par de sinvergüenzas viven todavía?...» Eva sólo quiso ver en tales palabras una broma de niño falto de buena crianza. Juzgaba imposible que el Señor hubiera dicho esto.

Pagué mi escote de ese modo. También pagó usted en moneda de plomo. ¡Los moritos que dejó usted caer!... La verdad es que podrías alistarte en los rifles-women, Eva. ¡Cómo debes de despreciar nuestras cacerías de papelitos! Al contrario; prefiero esa caza a cualquiera otra.

Pues bien, ese peluquero... pero no... mi buena Eva... decididamente... es demasiado... no puede pasar... La dejaremos para una de esas noches en que se nos va un poco la mano en el champagne. Pasaron cerca de un rosal. Mariana cortó una rosa y se la puso en el pecho. ¿Y ese pintor que llegó ayer, qué le parece, Eva? Tiene buenos ojos y algo de genial en la fisonomía respondió la interpelada.

Yo mato aún con limpieza una liebre cuando se me antoja, y pienso festejar mis bodas de oro con mi despacho cuando la señorita Raynal festeje las de plata con la oficina de Correos. Al oír este nombre, un fugitivo rubor coloreó la graciosa cara de Eva. Tiene usted una encantadora vecina dijo con convicción. ¿A quién se lo cuenta usted, señorita? exclamó alegremente el señor Neris.

Y yo siento tener que recordarte que esa persona, por la que profeso la más alta estima, ha sido la compañera y la amiga de tu mujer, mi pobre hija añadió Neris con severidad. El conde se mordió los labios. Su celoso rencor le había llevado demasiado lejos. Tienes razón, tío, no he debido olvidarlo dijo esperando cortar así el debate. Pero Eva no le permitió esquivarse por esta hábil maniobra.

Y como sus camaradas, especialmente los que le conocían poco tiempo, mostraban un vehemente deseo de saber por qué motivo era Eva la responsable de sus desgracias, el viejo empezó á contar á su modo la mala broma que la primera mujer se había permitido con los hombres.

Había pasado el día entero cavando la tierra ó domando el caballo salvaje y el toro feroz. Sentía un fuerte deseo de contemplar á su Eva unos instantes; el mismo deseo que sienten muchos de adorar á los seres que los maltratan; la admiración irresistible que nos inspira todo lo que nos cuesta muy caro. ¿Y esta mujer no le había costado el Paraíso?...

Con su saber astuto y cauteloso, Sintiendo la pujanza que Adam lleva, Y viéndose no ser tan poderoso, Que pueda entrar con él en lucha y prueba, En el jardin de vida deleitoso, Satan tomó por medio á nuestra Eva, Que vencerle, sabia, no pudiera Si solo la batalla acometiera.

Parece que no es muy dichosa con su marido la pobre vizcondesa, ¿es cierto? ¿Qué mujer es dichosa con su marido, mi buena Eva? Y si no, vea qué bien se entienden los Laubécourt, que son nuestros compañeros de temporada. Es verdad, he notado que tienen siempre los dos caras de entierro... ¡mire usted que algunas mañanas en el almuerzo! ¡Algunas mañanas! ¡Y peor algunas noches!