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Parecía que toda la sociedad quería huir de aquella jaula en que estaba encerrado su mayor enemigo. Sólo una excepción existía en aquel aislamiento normal. Ya hemos dicho que don Elías fué amigo y servidor de una antigua é ilustre casa. Después de la ruina de los Porreños y Venegas, sólo quedaron tres individuos, tres dueñas venerables que conservaron relaciones amistosas con el realista.

Otra vez me hallo en Mâcón, pero muy intranquila, porque el encono de los partidos políticos se halla en Francia muy excitado. A mi marido y a se nos critica porque no participamos de la cólera de nuestros correligionarios los realistas; esto, a mi entender, no es religioso ni realista; que los hombres no creo hayan sido llamados al mundo para injuriarse.

El viejo había concluido, y el militar iba á dejar á su nuevo amigo; pero notó que estaba éste cada vez más desfallecido y corría peligro de no poder subir si le abandonaba. El locuaz y discreto joven entró, pues, en la casa sosteniendo al realista, que apenas podía dar un paso. La mansión de Elías se ostentaba en la mitad de la calle de Válgame Dios, donde hacía veces de palacio.

Elías manifestó con repetidos movimientos de cabeza que estaba conforme con estas apreciaciones. Salió de la casa, y una hora después volvió acompañado de Clara. Para hacer comprender lo que Clara encontró de terrible en la determinación del realista, conviene describir prolijamente la casa y sus extraordinarios habitantes. #Las tres ruinas.#

Las palabras dichas por el viejo no le dejaban duda respecto á su carácter. Era un realista fanático, un ciego amante de la tiranía. Con los ojos encendidos de cólera y el habla venenosa y fuerte, le había dicho que no fuera á su casa mientras no cambiara de ideas, ¿Qué hacer?

Si hemos de verle nosotros, tenemos que dirigirnos al naciente club de La Fontanilla, donde el buen realista conversaba muy calurosamente con el Doctrino y con el otro joven llamado Aldama, de quien ya tenemos noticia. Indiquemos la variación que había ocurrido en aquella casa. El poeta había volado.

Esta pasión era el amor al despotismo, el odio á toda tolerancia, á toda libertad; era un realista furibundo, atroz, y su fanatismo llegaba hasta hacerle capaz de la mayor abnegación, del sacrificio, del martirio. Su carácter era apasionado por naturaleza, aunque los asiduos estudios le habían comprimido y desfigurado.

Aquí no se conspira. Y si yo conspirara, lo haría de modo que no vinieran á sorprenderme los lechuguinos de la Milicia Nacional. Clara estaba temblando. La parecía que el militar, ofendido por aquel insulto, iba á desenvainar el tremendo sable que llevaba en la cintura y á descargarlo sobre la cabeza del realista. Pero aquel sonrió desdeñosamente y dijo: Amigo, veo que me juzga usted mal.

Rogeria deja su sexo en el lugar que le corresponde, hiriendo al amigo Mahometo que no le quedan ganas de andar en tratos con princesas. La parte que llamaríamos de exposición de la obra, lo era, en efecto, en la que se representaba, y tan lo era, que en uno de los ejércitos resultó un estacazo tan realista que tuvieron que dar dos puntos en la cabeza á un moro.

Por sabido se calla que este realismo no es la misma cosa que en las escuelas de filosofía se llama así, y que es precisamente el sistema más idealista de todos. No se dice, pues, realismo en contraposición a nominalismo. El arte que hoy llamamos realista, es precisamente un arte nominalista o fenomenalista, si vale la frase; en una palabra, un arte experimental.