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Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Sin demora se dispuso Plácido a salir para Oviedo, pero antes el anciano servidor le refirió y encareció lo mucho que doña Aldonza y Elvira habían pensado en él durante su ausencia, y le dijo que habían dejado para él un presente a fin de que le recibiese y se le llevase si por dicha aparecía por el castillo. El anciano fue por el presente y se le entregó a Plácido.

Razonte sufre mil importunidades de Aldonza, sobrina de su huésped, pero guarda fidelidad á su Angélica. Carlino busca á un judío para empeñar unos diamantes que su señor ha salvado del naufragio, y de paso intenta convertir al descreído. Los dos náufragos prosiguen su viaje á Madrid; Aldonza se queda desconsolada, aconsejándole Butrago que nunca ofrezca su corazón á gentes principales.

Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo: con tres mil y trecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro.

Pero, bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le envía y ha de enviar?

Si a doña Guiomar no conociera, si no la amara, si de su tragedia involuntaria causa no fuera, si a Margarita no encontrara, corrido por distinto cauce hubieran las cosas, y en vez de llegar a ser Cervantes el Manco de Lepanto, casádose hubiera dichosamente con su doña Guiomar, y andando el tiempo no se hubiera visto en ocasión de ir, para asuntos que no eran suyos, a la Mancha ni a Argamasilla, ni conocido hubiera a Aldonza Lorenzo, ni a Alonso Quijano, ni a Sancho Zancas, y probablemente no tendríamos nuestro buen Don Quijote con que recrearnos y enorgullecernos, teniendo tal vez que contentarnos con Rinconete y Cortadillo y el Coloquio de los perros, y con las Ejemplares; ¡y quién sabe! que un leve acontecimiento, importante en la vida de un hombre, todo el curso de su vida cambia, echándole por otro cauce.

Ramiro se entretenía en curiosear los misterios de la techumbre o en contemplar la ciudad y los horizontes, desde aquella elevación que producía en todo su ser el antojo de un vuelo fantástico. Franco era mezquino de cuerpo. Cuando algo le preocupaba mascábase el bigote nerviosamente. Su mujer, Aldonza González, a quien todos llamaban la extremeña, era, en cambio, garrida y vigorosa.

Plácido y Elvira sintieron que sus almas se habían unido con el lazo del cariño más inocente. Algo hubo de recelar o de prever D. Fruela, y ordenó a su mujer que alejase al expósito del trato y de la convivencia de su hija. Sumisa doña Aldonza, cumplió las órdenes de su marido; pero no hasta el extremo de evitar por completo que el pajecillo y la niña se viesen y se hablasen.

La carta fué y afufóse la tórtola, e ansí quedaron en flor e ciernes los amores de Egas e de Aldonza, fincando burlados los curiosos de ver que fruto e injerto hubiera salido de cruzar dos cartas tan eminentes por su huero magín.

E magüer la perfición de esta mercancía reservó natura por altos fines a tiempos más cercanos a nosotros, non embargante casándose separadamente Egas e doña Aldonza difundieron prolíficamente su simiente necia e sandia hasta nuestros días, en que sus nietos andan en servicio de estos reinos por mar e por tierra. Es linaje eterno.